miércoles, 5 de marzo de 2008

El cochecito

Lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks.

19 días y 500 noches - Joaquín Sabina



Pues parece que se lo va a quedar mi hermana. ¡Y lo tonto que he resultado yo! Mira que me paso la vida diciéndole a Sestea que es que yo soy muy listo, y que ella muy tonta. Esto tiene, obviamente dos intenciones, uno que yo parezca más listo de lo que soy,

o simplemente un poco listo,

y una segunda, que ella parezca más tonta. O al menos que lo crea. Así tenderíamos al equilibrio. Y el equilibrio es tan importante...

Que se lo digan al muchacho que mató a su madre hace 10 años en un ataque psicótico porque la mujer le regaño por publicitar la venta de un teléfono móvil. Lo encerraron 5 años, le pusieron una orden de alojamiento del padre y ahora se lo ha cargado también. E intentó matar a la hermana que tuvo que saltar por la ventana, desde un primero, menos mal. Vamos que el chaval está arrasando con la familia. Lo tuvieron en buena hora, seguro que de peque no parecía tan malo. Y todo por no tomar la medicación, con lo importante que es si no hay chaleco de fuerza.

Pero yo decía que parece que mi hermana se va a quedar el Lancia Ypsilon que nos han ofertado a 8000 euros. Con 9000 kilómetros, oiga. Que es poco más que el rodaje. Y con año y cuatro meses desde la compra. Vamos que una oportunidad de no dejar escapar. Y nos lo vende alguien que es casi de la familia, o lo podría llegar a ser, aunque de esa forma lejana e intrincada de vericuetos de noviazgos con hermanas de mujeres de hermanos. Un laberinto relacional complejo como lo es todo.

Y a mí el cochecito también me hace. Ya sé que no me va mucho a este carácter mío volcánico. Que sé que es un cochecín pequeño y si me apuras algo amanerado. Que me iría más un todoterreno de esos Chayenne o un deportivo Ferrari original, no una copia de esas que son todo fachada. Pero para esos otros no tengo guita, ni la voy a tener. Quiero que conste.

Con él podría recorrer estos caminos salpicados de pueblos verdes y arquitectura indiana. En vez de depender de autocares de línea que alargan el viaje con paradas que no deseo para nada, aunque sea capaz de mostrarme magnánimo y comprensivo con el resto del pasaje. Que todavía no quise convencer a nadie de cambiar su parada por la mía.

Claro que me haría el coche. Con su aire acondicionado y su tecla limitador de velocidad, que permite quitar la pezuña del pedal y jugar con los pies, uno arriba otro abajo y viceversa, sobre la marcha.

Pero yo la llamo y me tiro 20 minutos convenciéndola de que lo compre. ¡Hay que ser tonto! Que sino lo voy a hacer yo, le digo. Y quizá sea esto lo que la convenza.

Dejarme con la miel en los labios.

No hay comentarios: