domingo, 9 de marzo de 2008

El día D

Si yo algún día te pierdo.

El sur - Manu Chao



Hoy puedo contarlo.

Salí el viernes de marcha inopinadamente. Como dicen en levante: Pensat y fet. Claro que no fui yo quién lo pensó. Yo solamente me dejé llevar, apostado al otro lado del teléfono para decir que en 15 minutos me vale. Que ya estoy a punto de llegar.

Lo malo es que la noche acabó conmigo. Y yo creo que fue bastante pronto que regrese a casa. Y fue tumbarme en la cama y se me vino arriba el mundo por la traquea. Dejé perdido los aledaños de la cama, pero yo estaba demasiado mareado y confuso, quizá en el séptimo sueño que está siempre libre de vómitos y me quedé a continuación plácidamente dormido, respirando por la nariz como si fuera una boca.

Obviamente al día siguiente me tocó limpiar todo aquello, haciendo de tripas corazón por no vivir en un palacio tan grande como para dar por marcada la habitación y mudarme entero a otra, para no regresar nunca, así la derrumbaran con las excavadoras con las que los israelíes castigan a las familias de los terroristas suicidas. Puesto que ellos llevan el castigo en la penitencia.

Pero yo tuve que limpiar aquello y respirar el aliento de esta casa como si toda ella fuera la bolsa del que vomita en un autobús. Y no es que mi cena fuera para tanto, yo creo que lo malo fue la bebida, esa sangría de sidra que es como golpear el cráneo contra la pared, seguido de algunos Caciques con cola, sin que a estas horas pueda determinar el número ni la frecuencia con que fueron cayendo.

Si admitiré que mi vida tiene el aburrimiento supino del que no fuma, ni bebe, ni lo que es irremediablemente peor, va con mujeres. Ni con casi nadie. Alguno dirá que soy una especie de ermitaño sospechoso de mentir tanto o más que nuestros políticos. Que nadie vomita una noche si no ha bebido en exceso. Y digo que sí, que esa noche bebí pero que no suelo hacerlo. Que no soy de los de comer con vino siquiera, y nunca tuve gran resistencia al alcohol, ni cuando era fino como una hoja ni ahora que mi trasero empieza a pedir dos sillas.

Oler un tapón de alcohol me desarbola.


Pero hoy, tras sentirme destruido en la trinchera, vuelvo a la vida. Y no hay nada mejor que sentirme parte de la vida al mezclarme con mis iguales. Esos que esta mañana acuden a votar bajo las gotas tontas del orbayu. El colegio electoral está hasta los topes. Somos colegiales ilusionados con nuestras mejores intenciones. Hoy contamos todos. Y yo me cruzo con mucha gente conocida porque en los pueblos nos conocemos a fuerza de sonreírnos. Y ejerzo mi derecho al voto porque me quiero sentir protagonista.

Todavía me quito el sombrero ante Sandra, esa chiquita que un día después de que ETA asesine a su padre es capaz de trazar un discurso valiente sin que la pueda el llanto. En verdad la banda terrorista es un sinsentido porque al añadir nueva muerte no provoca más que dolor a la familia y amigos del fallecido. Pero no se acerca un ápice a sus pretensiones imposibles.

El asesino solamente sabe matar. Por eso lo hace.

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