lunes, 1 de septiembre de 2008

El retoque

Cuantas flores para un ramo.

Las nubes de tu pelo - Fito y los fitipaldis



Letizia creerá que el retoque de la nariz la ha mejorado, pero lo siento, la ha cagado más.

Admito desde el principio que no simpatizo mucho con Letizia, que siempre la he encontrado un poco trepa, seduciendo primero al profe en clase, que es algo así como el príncipe del aula, y luego al príncipe de Asturias, futuro rey de las autonomías. Y esa forma estirada de ser, tan vestidita de Prada, ahora que la tarjeta es de oro y brillantes, reclamando ante la prensa extranjera a voz en grito:

- ¡Qué soy la princesa de España!

Y todo por que la confundieron con una periodista. ¡Hija, si no te queda tan lejos! Lo malo de presentar un telediario es que a uno se le queda la voz de presentador para toda la vida, y hasta las anécdotas le salen como la cabecera de un informativo. Es un soniquete veraz pero muy poco espontáneo. Como recitar la vida mirando el "pronter".

Pero mi inquina no es a la mujer como fenómeno físico, sino a la persona. Algo así como una incompatibilidad de caracteres, quizá porque se intuye que a esta no hay príncipe que la tosa, y las cosas se hacen muy a su manera, o las caras largas por el pasillo serán grises, de fantasma. A la mujer, dejando el carácter de lado, la he deseado como la desean todos los hombres a los que la belleza les dice un poco. De hecho era para mí una especie de maldición, pues es evidente que el príncipe ha sido más afortunado que yo en la vida, aunque aclaro que no mucho más, y a alguien así se le puede envidiar por cien razones, con lo mala que es la envidia, por los yates, por San Tropez o por Baqueira; pero la madre de todas será que encima consiga a un bellezón que mirar felizmente mientras duerme en la cama. Y en esas andaba yo secretamente, como tantos otros, cuando Letizia ha decidido pasar por el quirófano para retocarse la nariz, de forma que bisturí por aquí y por allá ha dejado de ser Letizia. Ahora parece una muñeca de las Barbies, todas iguales, de escuadra y cartabón. Y al desaparecer el puente de la nariz ha desaparecido también el encanto, como en los cuentos de las carrozas y las calabazas. Y con ella ha desaparecido también la envidia, que se manifestaba nada más en no llenar de flores su persona si acaso la conversación la mencionaba. Como hemos hecho todos, como han hecho ellas también cuando aún pensaban que los príncipes azules existían.

No nos dismos cuenta hasta que desapareció. Se volatilizó en el aire como dicen que sale del cuerpo el alma con la muerte. No reparamos en la ausencia hasta que ha sido demasiado tarde. ¿No sabías que lo que te diferenciaba era lo que te hacía atrayente? ¿No sabías que la clave del magnetismo es el puente de la nariz?

Ahora nos cuentan que se ha operado el apéndice nasal por recomendación médica, que los médicos de la Zarzuela estaban hartos de oírla quejarse de dolores de cabeza y de ver que se quedaba como falta de aire, con problemas respiratorios desde los 4 años.

Sin embargo yo sospecho que no hay nada de eso. Se trata nada más de un capricho estético. La operación de cirugía la acerca más a lo que que quiere ser. A como se quiere ver.

De verdad, que lástima.

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