sábado, 27 de septiembre de 2008

La fuga

Alejarme quiero.

Rosa de Alejandría - Manolo García



Si te cuentan que ante ayer seguían desparramados por el suelo gran parte de los enseres de las víctimas del accidente de avión de Barajas, pensarás que no puede ser, que el juez o cualquier otro cabal habría mandado recogerlos ya, toda esa ropa y pedazos de maletas.

Pero es verdad. Seguían allí porque el juez paralizó su recogida. Así, como si el lugar del accidente fuera un vertedero de cosas sin dueño. Sobrevoladas por otros aviones.


Ayer nos enteramos de que Lorenzo Sanz quería colar en el Banesto unos pagarés falsos, de un banco inexistente. He leído que hasta 10.000 millones de dólares. Es obvio que no pretendía que le llegara en dinero al bolsillo, ningún banco adelantaría un céntimo de eso sin comprobar que vienen de tierra firme. El hombre nada más quería que le emitieran un certificado de saldo una vez endosados los pagarés. Para ir luego fardando ante sus colegas de fondo de armario, seguro de que le iban a sonreír más si lo creían indecorosamente rico además de famoso.

Pero el tiro le salió por la culata, al bueno de Lorenzo, del que todos teníamos ya una pobre percepción, tan canallesco y mafiosillo, jugando la pasta del Real Madrid en partidas de cartas, con comisiones por intermediación a las que nadie pudo dar paradero nunca. Y esa pintilla chulo madrileño que viene pisando fuerte aunque le apeste el aliento.

Pero ocurrió a la postre como en un chiste de alemanes, ingleses y españoles, es decir, se vence la lógica histórica de los resultados que nos ponían perdedores por comparación con casi cualquiera para hacernos los mejores del mundo. Algo así como un sálvese quien pueda y que cada uno juegue sus cartas de la mejor forma que encuentre, que se juntan el famoso, el diplomático y el pobretón de toda la vida con las cartas marcadas, cuando las cartas son unos pagarés de monopoly. Y tira que no es que el director del Banesto fuera el tipo más perspicaz del mundo, que esto mismo le pasa a un empleado del Santander y encuentra moros en la costa así de primeras y sin necesidad de nueva visita, claro, viste la misma corbata de Botín en todas las juntas, y cuando se lleva la misma corbata que el gran hombre se es gran hombre un poco. Delegadamente Botín. Sin embargo el dire del Banesto ya había recibido la visita de Sanz y sus peculiares compañeros de viaje unos días antes para endosar otro pagaré exactamente igual de extravagante, de una fundación sudamericana y por importe exorbitado. Así que cuando se vio en la segunda visita de las mismas características, tras haber conocido por el CESID del Banesto que aquel banco no se correspondía con ninguno que no fuera del país de Nunca Jamás, se movió como perezoso ascendiendo al árbol, y se dio a avisar a las fuerzas del orden. No mientras Lorenzo asentaba sus reales en el despacho sino cuando su oronda figura esperaba complacido el AVE que lo devolviera a Madrid.

Así que ante la policía se presentó Lorenzo, su secretario que es figura de importancia cuando uno se halla en medio de tanto desaguisado, vale más contratar a alguien que controle los rastros que dejan los tejemanejes para que vaya por detrás dándole al rastro con la escobilla. Ya se sabe que cuatro ojos ven más que dos, y lo que a uno le puede pasar inadvertido, las huellas en el cenicero por ejemplo, vendrán a ser subsanadas por el otro, si tiene tablas, antes de que lleguen los muchachos del C-S-I que narran sus aventuras bien masticaditas para que los espectadores rasos como yo las entiendan. Y a Lorenzo y al secretario se le añadieron bien mezcladitos un fulano con pasaporte diplomático que no se sabe si llegó a entrar o presentó tamaño documento en las narices de las primeras unidades anti-delincuencia y se fue remontando la calle silbando, con la gabardina alzada por el cuello, en pleno septiembre andaluz buscando la embajada. Y otro extranjero, pobre de él, que sin tener bandera a la que agarrarse o por mejor decir sin que haya bandera que lo vaya a sostener entró en comisaría por detrás de Lorenzo y el secretario.

Cualquiera dirá que en este punto nos hallamos con un empate técnico, como Obama y McCain ¡qué miedo como gane ese vejestorio apolillado!

A estas alturas de los malos ya hay una baja, el diplomático que dijo que la guerra para quien la quiera, o más sencillo se borró al grito de ésta no es mi guerra. Y de los que quedan no hay empate, porque resulta que ser famoso no solamente permite en muchos casos ir por la vida perdonando la vida de tus semejantes, y dejando de pagar en casi todos los restaurantes, rendidos a tu fama y mayor gloria de poderse fotografiar contigo, también sirve para que el juez decida que como eres famoso no cree que vayas a quererte evadir a la acción de la justicia. Y con más razón si la pena a la que te expones es tan de risa que va a ser peor evadirte que afrontarla con gallardía. De forma que el juez deja libre a Lorenzo y al secretario para que se vigilen el uno al otro, y sale el galán diciendo que todo fue un malentendido, que él no conocía a ningún diplomático ni a ningún muerto de hambre.

Y se queda en la cárcel el tercer hombre, al que su falta de fama le jugó una mala jugada. La cantidad de ventajas que tenía hacerse famoso y nosotros no hemos hecho casi nada para lograrlo. Ellos son iconos reconocibles en todo el universo y nosotros anónimas incógnitas sin importancia.

Fíjate en Rodríguez-Menéndez libre por famoso y oculto en Nicaragua, a sabiendas de que por defraudar al fisco no nos lo entregarán.

Tenemos unos jueces de medalla.

Yo lanzaría un hurra por ellos. Que diablos...

¡Hurra!

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