sábado, 15 de noviembre de 2008

El divorcio

No das respuestas ni luz a mi jardín.

Eres - Ismael Serrano



Yo ya empiezo a mirar la vida como alguien que está de vuelta, ¡con lo joven que soy!

Vamos, que creía que no encontraría ya muchas cosas que me sorprendieran. Ayer estuve viendo parte de la entrevista a Roldán, que no tira de la manta ni aunque se le vea de la mano de la muerte, que es compañía que a uno le cambia la cara.

No voy a volver sobre Vera, Corcuera, Barrionuevo y toda esa banda miserable, comandados no se sabe si consciente de sus desmanes por Felipe Gonzalez, que o bien ha sido el hombre con más suerte, por salir de aquel fango sin mancharse la flor del ojal, o el presidente con mayor ceguera del mundo. Claro que en otros países la ceguera la tienen los colaboradores, en Estados Unidos, sin ir más lejos.

Pero no quiero volver sobre esa gran vergüenza nacional de los indultos para hacer las paces con el pasado, indultando a los ladrones de los fondos reservados y de la guerra sucia, porque los que lleguen después no saben aún si ellos también tendrán que echar mano a la bolsa cuando el déficit haya trepado también hasta sus bolsillos, ni si tendrán que volver a armar a mercenarios a sueldo que lleguen más allá de donde admite el Estado de Derecho.

Hoy no vengo con intención de abrir viejas heridas de las que ya no queda ni cicatriz, las ha curado el tiempo a través del olvido, que es algo así como una amnesia, y lo olvidado no existe. Ni nunca existió.

Yo quiero contar lo del matrimonio británico que se ha divorciado porque el hombre de la casa tuvo un "affaire" no consentido por la esposa. Alguien puede decir que es razón suficiente, y le doy la razón, no obstante. Sin embargo el affaire del varón no fue en el domicilio conyugal ni en una pensión a dos manzanas, sino a través del ordenador, y no fue él quien intentó dar rienda suelta a uno de los pocos actos en el que aún nos podemos reconocer animales, dicho esto sin ninguna connotación negativa, al contrario. Sino que fue su avatar en el mundo virtual de Second Life. Su alter ego virtual, que es mucho de lo que nuestro protagonista no es en realidad, un hombre de hombros inmensos y al que el traje le marca los abdominales y los pectorales. Con esa fachada imponente terminó enamorándose de una mujer que ejerce de prostituta en ese otro mundo, que se corresponde con otra mujer de agenda apretada, que pasa las noches delante de la pantalla, viviendo una vida que vale más que la cotidiana porque consigue parecer en ella ser mejor de lo que es en realidad. Capaz de hacer lo imposible en la Red.

Así que cuando el avatar de la esposa entró en la casa virtual que ambos comparten se encontró al avatar de él yaciendo con aquella otra, puta, ladrona de sueños, provocadora de sueños. Y puede ser que marido y mujer se conectaran a Internet desde habitaciones contiguas de la propia casa real, pero la decepción de ella no se ha hecho esperar, y es que ha perdido la confianza en él porque prefirió a la puta antes que a ella, y la metió en la cama donde tantas veces sus avatares encontraron el placer de conquistarse como si fueran otros.

Ya no podría confiar más en él, dice. Fue una decepción inmensa. Que no tiene que ver a dos personajes de dibujos decepcionados, sino a dos personas reales que compartían un vinculo poderoso, otra vida juntos en Internet.

Y tiene razón de nuevo. Rota la confianza no queda nada. Sobretodo porque en la red uno puede ser lo que quiera. A una palabra suya, su personaje, tan evolucionado e imponente como el de él, habría podido desarrollarse en un sentido o en otro, ganando unos centímetros de altura, perdiéndolos, aumentando en unas tallas el pecho o cambiando la fina línea de los labios para dibujar sonrisas nuevas. Quizá un color nuevo para el pelo, o tan solo baste otro peinado. Se trata nada más de cambiar los polígonos que forman el personaje para hacerlo atractivo de nuevo.

Ambos se han divorciado y yo no les culpo. En realidad el problema que tenían trasciende la apariencia sugerente de perfección física, cuando todos los personajes pueden ser guapos tiene que surgir un elemento diferenciador, se trata de eso otro tan difícil de ver tras las barreras. El interior de cada uno, inexplorado tantas veces precisamente porque la apariencia levanta muros infranqueables y consigue deshacer cualquier interés. Ambos eran perfectos productos de proporciones armoniosas, pero el tercero en discordia aporta cosas que él no encuentra en sus diálogos con el avatar de su esposa. Es otra persona, bella en apariencia, todos los son, pero con un algo que subyuga, la personalidad que hay detrás.

Y el matrimonio real se deshace. Y ambas personas vuelven a estar solteras, pero no van a salir a seducir a otras personas en la promesa de una vida mejor, simplemente van a imbuirse de nuevo todas las horas que puedan en el mundo de Second Life, donde encontrar el amor otra vez, como si fueran el personaje de una película, que siempre gana, aunque haya que dar rodeos. Y tal vez, si surge la chispa de nuevo puedan volver casarse en la vida real, cuando la hayan encontrado a través de la inmensa virtualidad. Y entonces tal vez se verán capaces de cargar con el humano que hay detrás, que es la peor parte de la dualidad. Porque en la comparación entre ambos el sujeto real sale perdiendo inevitablemente.

En este engaño jugamos todos, me temo. Todos somos un poco mejores en la red. Yo mismo lo soy, aunque mi mundo esté aún sujeto levemente a las leyes físicas que me hacen vivir comprobando si quedó suavizante para una lavadora más.

No hay ninguna locura en llamar infidelidad a lo ocurrido. Hoy me veo capaz de mantener esto aunque mañana vaya a pensar justo lo contrario.

La pareja se rompe porque él quiso probar otra cosa y ella no se lo perdonó.

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