lunes, 25 de enero de 2021

La demanda

Soy concejal en un pueblo pequeño y responsable de sanidad en mi condición de médico dentista. Soy, como decía Manu Chao el médico del pueblo. Un viernes a última hora de la mañana me llamaron del centro de salud. Me decían que si quería acercarme a ponerme la vacuna, que quedaba una en el vial y que ya estaban cansados de ponérselas a los viejos de la residencia. Que huelen raro. Que ya si eso prosiguen el lunes,... pero que esa, la última se iba a desperdiciar si no vienes.

Yo, que sé lo que es comprar material para mí clínica, aunque ahora esté cerrada, no podía permitir que se tirara esa dosis y allí me presenté como un rayo. 

Estaba reunida la plana mayor. Las cuatro enfermeras que se ocupaban de la labor por designación mía, las más expertas y simpáticas.

Nos pusimos pronto a la tarea, y en un momento tenía en brazo arremangado para tener al momento siguiente ya mi dosis de inmunidad navegando por mis venas. Hubo aplausos tras el pinchazo y me inspiré. 

- No podría aceptar está vacuna sin acordarme de mi mujer, que lleva treinta años a mi lado y sin la que yo no soy nada. Creo que ella merece tanto más que yo ser vacunada también.

Y tras un segundo de duda volvieron los aplausos.

Aproveche el júbilo reinante para proseguir.

- Y qué deciros de mis hijas, Carlota y María. Sangre de mi sangre, mi verdadera vacuna. Ellas son en verdad el futuro.

Aproveché la llamada a mi mujer para decirle que no olvidara traer a las niñas.

Al acabar proseguí.

- A los que hacemos política se nos suele acusar de perder el contacto con la calle. De altivez y arrogancia cuando todo lo que queremos es ser reconocidos por los ciudadanos. Por eso, en este día y aprovechando la bondad de los presentes, quisiera ser humilde y acordarme del portero de mi finca. Persona sencilla y en la que nadie repara. Hoy es el día en que acordarse de él, de ellos, tendrá un sin igual mérito. Debe ser vacunado, en igualdad de condiciones que los que más importan. Es mi obligación poner su ejemplo discreto y proponer tal cosa.

Mientras mi disertación los aplausos habían cesado y al acabar ya solo una de las enfermeras batió palmas, hecho que archivé como no podía ser de otra manera.

Se presentaron bastante rápido, casi como si hubieran sido avisados de antemano, teniendo en cuenta que mi mujer tenía que salir de su trabajo de asesoría en el ayuntamiento y recoger a las niñas, cada una en un colegio distinto.

En menos de lo que se dice un instante  allí estaban mi mujer, mis hijas y el conserje, que las había traído tan amablemente en su coche.

Todos fueron pasando por jeringuilla, con cierto reparo, todo hay que decirlo. Sobretodo Matías el conserje, que dejó dicho:

- A ver, a ver esto será seguro, no? Mira que como no sus demando. A ver si va a ser peor remedio que enfermedad.

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