No quisiera que se pasará un año entero en el reloj del calendario sin volver por mi antigua página. Sin escribir unas letras más. Me cuesta volver a escribir, no estas líneas insustanciales, sino retomar la pantalla blanca con afán de escribir una historia que esté, y no es pedir demasiado, a la altura de mis historias antiguas. Me cuesta retomar esta hoja mía, inabarcable, con tendencia al infinito pues de alguna manera este formato que escogí de escribir como un diario de arriba a abajo, así sin pensar demasiado, sin corregir, sin nada que transmitir a veces como hoy, este formato de vínculos que suben y bajan, este millar de letras que ralentizan tanto la carga de la página, que hasta escribir cuesta pues a veces el cursor desaparece, no sé si procesando aún los desatinos que precedieron a los que me ocuparán. Y por eso dejo de contar las cosas de mi siglo, del siglo XXI, no porque alguien callé el rumor de mi teclado, sino porque tuve que ocupar mi tiempo en otras cosas y me encontré muy a menudo cansado para pelear contra el mundo desde este rincón. Clamaría contra tantas cosas porque me encontré en desacuerdo con tantas que me faltaría espacio para escribir y al lector, a ti, paciencia para leer. Sobre todo porque como lector tienes derecho a opinar también y poder gritar como yo que hay cosas que te enferman, que mis propias letras te enferman, que como yo no estás de acuerdo, porque tu criterio vale tanto como el mío, aunque tú no tengas este espacio, para exponerte. Quizá por ello deba convertir este Vivo y digo en un foro, para que mis neuras encuentren respuestas y los psiquiatras justamente el término correcto que me afecta, la profunda insatisfacción del que vive el mundo sin poder cambiarlo.
Aún sigo experimentando la inigualable sensación de libertad...