ETA ha vuelto a matar. Dando a la realidad dosis de irrealidad, dando a la irrealidad de la vida, dosis de realidad. Todo se vuelve relativo cuando la muerte. La muerte es la sombra que se esconde tras el telón, la vida es una ficción de cara a los focos, es el aplauso y es el reproche de un escenario repleto de público que te mira, reconcentrado en ti mismo, y desenvuelto en los otros. La muerte se agazapa, pero no se esconde, mira tu actuación y ríe muchas veces, porque la seriedad es ella, todo lo demás entretenimiento, un pasatiempo vital, entretanto hay escena, y eres protagonista.
Luis Ortiz tiene nombre de muerto cuando debía seguir vivo. Una bomba asesina, que no tiene otra función que destruir, lo cogió de lleno evacuando a los vecinos de la bomba. En la calle todo estaba en orden menos un Peugeot 205, robado y cargado de explosivo asesino. Ese coche no tenía que estar ahí, sino en el apacible garaje o solitaria calle de un ciudadano de Madrid.
Me gusta plagar este espacio de mis letras, que son letra fácil, espontánea al momento de la redacción, sin revisiones posteriores, sin variar una coma. Es un rincón mío, paradójicamente abierto al mundo universal de Internet. Para que me puedan encontrar ojos despistados, que sin buscarme, me hallaron. Y a ellos me dirijo, para gritar lo que dijo Gandhi, "no hay caminos para la paz, la paz es el camino". Si partiéramos de premisas tan sencillas, nos rodarían mejor las cosas.