Hace años yo quise ser unas manos. Más concretamente quise ser unas
manos en un solo momento determinado en el tiempo, y por Belenos
también en un lugar muy específico que aún hoy sigo pensando, que
tiene que parecerse mucho a lo que debió ser el paraíso que
perdimos. Hace años miraba la portada del disco de esa Janet,
hermanísima de Michael, que se había hecho mayor, y para demostrar
lo mayor que era, lo mayores que se habían hecho sus atributos de
chica convertida en mujer, levantaba los brazos como mi bellísima
Elena Anaya, así puestos en jarra sobre la cabeza como en el momento
inmediato a ser esposada por las fuerzas del orden. Y detrás de
ellas, como al rescate de sus voluptuosidades, arrancando a los
ávidos ojos la belleza que se intuye, unas manos ladronas, unas
manos como el mapa de Estados Unidos, dispuestas a contener esa
hermosura a borbotones, esa juventud de mujer que no tiene ropa que
la cubra, pero si manos.
Crecí con esa idea intubada en la cabeza, como una cuenta pendiente
que pensé que quedaría irresoluble como quedan las cosas de los
sueños, deseando ser aquellas manos, garras suaves que sostienen con
todo el consentimiento del mundo una paraíso para la vista y el
tacto cuando es afortunado.
Pero de algún modo, el destino del mundo cambió recientemente, y no
hablo de guerras ilegales, ni hablo de armas que no existieron, no
pienso en un gobierno de espaldas a los ciudadanos hasta que los
ciudadanos hartos hacer valer que existen, existimos como Janet,
para meter en cintura a quien sea aunque sea una vez cada cuatro
años. No hablo de este mundo al borde del colapso, hablo del destino
como un sendero al que se llega por fuerza, como las nubes grises
hastiadas del sol arreciarán tormentas, el camino forzoso al que
condujeron los astros para que el cantante aquel, que no es nadie en
realidad, naciera y viviera para un solo acto con sentido, que los
mortales viéramos la juventud de Janet en su mayor apogeo. Porque
esa tarde, los espectadores de la Super Bowl fueron visionarios de
la hermosura cuando no hay manos que la contengan, cuando no hay
corpiños que puedan sostener el pecho que parece que se desparrama,
pero gravita.
Gravita en el aire como los astros, desde una mujer más importante
que todos los partidos del mundo, que se muestra mujer por encima de
todas las cosas, que demanda desde la insurrección de sus pechos
floridos un cambio radical en la forma de comportarse. Que pide paso
por encima de todas las audiencias. Que muestra en su desnudez tan
bella la simplicidad de un mundo empeñado en hacer las cosas
difíciles, en ponerlas difíciles.
Que luego los americanos la repudiaran e hicieran patente la censura
latente en la que viven, solamente hace que retratarlos.
No nos importa, algunos de nosotros entre la opción de escoger entre
unos y otros, sean quienes sean, nos quedamos al abrigo y cuanto más
cerca del pecho de Janet, esa muñeca ya mujer, por fin y contra
pronóstico, descubierta.