¿Dónde crees que vas?
Tiramisú de limón - Joaquín Sabina
Debo ser yo.
Conste que no he leído la letra pequeña. Que solamente sé que se pagan 2,3 millones de euros por liberar a los marineros que estaban secuestrados en el Indico. Que ya los han liberado.
En la tele aparece la gente alborozada, la supongo yo alborozada con la buena nueva. Les devuelven a sus maridos, padres, hijos...
Pues yo ahora me siento bastante mezquino. Por una razón sencilla. No me termina de parecer bien. Quizá porque tal vez nos convirtamos en la gallina de los huevos de oro. No hay más que esperar a que un grupo de españoles se cruce por el camino de un puñado de desalmados para que se les abra de par en par la suerte que anuncia el calvo por Navidad. Una buena lluvia de millones, en este caso para esos desharrapados de brazo firme y muelas podridas que veían desde la orilla como los pesqueros de los países desarrollados esquilman toda la pesca. Por una razón sencilla, en esas latitudes todavía quedan peces.
Pero ocurre que ya no sé si me atreveré a viajar al extranjero. Porque puede que un par de coches se crucen por delante y detrás al autocar que conduce a los españolitos de punta a punta de un país como Túnez. Y entonces quizá nos secuestren y pidan a cambio de liberarnos un montón de millones. Y claro, estas cosas no tienen más solución que ir pagando. Y tras los manejos de Zapatero en la caja dudo mucho que las cuentas estén para muchos rescates, más bien para ser rescatadas de las manos de Zapatero.
Y si todo se enreda, si los casos se repiten quizá tengan nuestros políticos que tirar de vender sus propios patrimonios personales para pagar la libertad de sus conciudadanos. ¿No les dimos todo lo que son?
El que anda necesitado ya no va a desear una vida mejor. Va a pedir anhelante nada más que que el destino le eche un puñado de españoles que valen para cualquier canje.
Brillante partitura la de las mujeres de los marineros. Con que fiereza y sentido común exigiendo la liberación inmediata. Son el único caso en que conozco que alguien haya conseguido algo de la clase política. Quizá porque iban de cara, sin medias tintas, ante la cámara.
Lo han conseguido.
Los pescadores estaban faenando donde les salía del pijo. A cientos de millas de las fragatas que podían brindarles alguna protección. Pero ¿qué más da?
No lo digas, no se vaya a molestar alguien. Ahora el armador descansa, la empresa que los paga lo ve claro. Está todo resuelto. Vivimos en un país grande.
De esta experiencia los listos sacan dos libros y una película.
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