Hoy le he dado vueltas a la cabeza. Sin ser literalmente, es una buena forma de perder el tiempo. Vivimos en un mundo en que la ignorancia prima. Donde no importan las maneras, ni importa el fondo de las cosas. Nos centramos en lo nuestro, que no es poco, y lo que está fuera no nos atañe. No va con nosotros ni nos interesa.
Hoy he conocido una forma de paz, tranquilidad, felicidad que son sinónimas todas las palabras en mi diccionario, y fue después de comer. Sentado cara al sol, con una novela de García Marquez que no tenía que leer, aunque tuviera la posibilidad de hacerlo. Escuché el rumor lejano pero localizado donde yo sé, del mar que hoy era un línea del horizonte que no se decide si avanzar o retroceder. Y escuché el piar de los pájaros, que no sé qué comen ni de dónde, pero pían. Y yo los escucho frente a la frente del sol.
Cerré los ojos, y me dije qué cosas tiene esta vida, y cuánto tiempo llevo yo aquí, sin haber descifrado la clave del éxito visible a los otros. Que de calamidades, los presos narcotizados y echados al océano sin paracaídas ni salvavidas. En el centro del océano donde un salvavidas es más un incordio que otra cosa.
Hoy pensé en mis ancestros, en mi abuelo que era amigo mío. Al que le levanté la boina para reírme y para que riera, cuando era un niño. Pensé que quizá cuando tuvo mi edad se preguntó cómo sería el 2001, año sin odiseas ni en el espacio. Yo hoy me acordé de él, porque no está. Y pensé en cómo será el 2060, que tampoco me cogerá aquí. Y los pájaros el sol, y el granítico edificio de mi alrededor me dio a las claras que vivimos en perpetua repetición. En un análisis que nos lleva a ningún lado.