Me resulta de veras inconcebible, la reunión conjunta de contrarios. Suceso más propio de sueños, que de realidades. Pero la realidad es a veces más confusa que los sueños. Y generalmente también más amarga. Soy de los que piensa, por mi naturaleza voluble, que nos movemos siempre rozando el caos en casi todo. Porque los hombres se equivocan todos sin distinción, lo mismo los de limitados medios como los poderosos, ricos de ademanes premeditados, con la barbilla alta, inmesamente afortunados en el porte incluso desprovistos de ropa de marca.
Por eso, me llaman tanto la atención los hombres buenos. Por eso, me admiro de ellos, pues son vencedores que viven en un triunfo constante. Y su mismo triunfo sobre lo mediano, los hace ignorantes del sentimiento de victoria. Y se granjean la admiración de los que los tratan, porque los que los tratan, que no son como ellos, quisieran serlo.
Admiro a José Luis Sampedro por su sensibilidad y nobleza de hombre que saluda a la vida extrayéndole enseñanzas invisibles. Admiro la bondad que trasluce. Asimismo la bondad de mi padre, que disfrutamos los de dentro de casa, como algo cotidiano.
De alguna forma, hay personas que no parecen casar en absoluto con tanta calamidad. Puestos aquí, piezas de puzzle incombustibles. Para que los demás seamos más felices.
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