No hay nada como empezar a trabajar, para darse perfecta cuenta de lo que se tenía y no se tiene. Del tiempo, del que era señor y dueño, aun perdiéndolo, y de lo falto que estoy ahora sin él. Me ha dado por pensar, en los últimos días, que antes vivía, y ahora trabajo.
Tengo la sensación absurda, de haber sido robado, y es absurda idea pues siendo hurtado de algo mío, mi tiempo lo es, es un robo consentido, una puerta abierta de par en par frente al ladrón, es un pacto. Así que no es robo, es quizá un alquiler, una venta de tiempo y esfuerzo por dinero. Porque trabajar es vender tiempo, el tiempo que dedicarías a otros quehaceres, es alquilar tu propia vida a otros.
Y echo de menos, mi ocio, mi mano sobre mano. Mi mano sobre este teclado, a mi novia notoriamente, los días que tenía y perdí viviéndolos, de otra manera. Echo de menos hallar descanso en un sillón, o permanecer en permanente descanso sin agobios. Ya no puedo leer, no puedo escribir.
Pero crecer es trabajar, y la verdad es que con todo, nuevos horizontes se vislumbran, un salto cualitativo, mi integración en esta sociedad de trabajos y horarios. Saber más y conocer más. Ser útil, trabajar en fin para no vivir del aire, imposiblemente. He crecido, y la confianza la devuelvo yo en forma de gratitud y duro esfuerzo. Lo juro.