Dos veces he ido a la piscina de aquí. La primera fue un espanto, no iba cara al aire, estaba con un pajarón de aquí te espero (quiero ir pero no voy). Aunque en mi favor debo decir que hice los largos prefijados sin dejarme uno solo.
La piscina municipal pese a ser todo lo cara que puede ser, me gusta poco (o precisamente por eso). Haces pie en los dos extremos y eso es una lata. Prefiero la de Valencia con los ojos cerrados (por no hablar de las duchas multitudinarias en vez de los espacios casi estancos a los que me había acostumbrado). Como único punto a favor quizá que en recepción hay una chiquita maja
;)
(infinitamente mejor que el fulano de Valencia que era algo así como un androide con las palabras contadas, cuántas veces di las buenas noches sin respuesta).
La segunda vez que fui anteayer, me fue mejor, no me faltó el aire lo que demuestra que quien nadó en el pasado recupera pronto la forma. Si bien tuve que pasar la congoja de verme doblado. Y así en la amargura de la derrota escuché en la calle de al lado como un tipo daba voces ¡ahhh, ahhhh! porque había conseguido llegar reumáticamente al final de la calle, hasta el extremo donde apoyar los brazos sobre el murete para recuperarse sin necesidad de oxígeno embotellado. Claro que el hombre debía estar aprendiendo (u olvidando a chorros lo aprendido) lo que es un pobre consuelo para mí.
Supongo que en la vida todos estamos dispuestos a sentirnos perdedores, depende de con quien nos comparemos. Puede ser que yo fuera lento frente a alguien más entrenado, pero dónde quedará este frente al campeón de la provincia, ¿y ese frente al del país? Qué hará este último lanzado frente a Ian Thorpe; verle mover los piezacos cada vez más lejos.
La cuestión será no compararse, esforzarse al máximo y dar el resultado por bueno.
Que no nos puedan reprochar nada.
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