Infinita pobreza.
Tristeza maleza - Manu Chao
Tengo que reconocer que aún soy capaz de sorprenderme conmigo mismo. Mira que tengo una pila años y aún no me conozco del todo. Soy como la X, todavía una incógnita.
Así que quien me iba a decir que ayer iba a terminar gritándole a la tele aquello de
-¡Jódete!
Y haciendo con el brazuco una de esas butifarras que Chuster tiene reservadas para los inquilinos visitantes del Bernabeu.
Y no es que yo la hubiera tomado con mi tele, por más que haya razones para ello, que no se pone de acuerdo con el TDT para mostrar esa cantidad de canales que nos prometían por dejar el canal analógico, y solamente me dejar ver la primera, la dos y un par de canales sin importancia de Televisión española, es decir, sigo sin noticias de la Sexta, esto es del fútbol, salvedad hecha gracias a mis amigos los chinos, que dan todos los partidos a través de una ventanita en Internet, ni tampoco conozco el canal ese de Neox de Antena 3, que creo que da todas las noches un capítulo de los Simpson repetido.
Pero en realidad mi revancha no venía en contra de la tele. Bastante es que aún enciende y no se me ha averiado como el 50% de los grifos de mi casa. La butifarra y los exabruptos eran para Lewis Hamilton en el momento en que Sebastian Vettel le pasaba a falta de dos vueltas.
Que veía al alemán yendo sobre raíles, con precisión en cada curva, y al inglés hecho un manojo de nervios y a punto de perder el control del coche. Claro que el pobre se lo estaba haciendo en los pañales que se pone en ese trajecito tan publicitario. ¡Dos años seguidos palmando 7 puntos en la última carrera! ¡Hay que ser más cenizo que el Xuac para llegar a tanto!
Pero fíjate que yo creía que me daba más o menos igual. Después de todo yo pensaba que el chaval no me caía tan mal. Hasta que me di cuenta de que le estaba gritando a la tele entre alaridos. Entonces lo vi claro. Habría puesto dinero de mi bolsillo porque Hamilton hubiera hecho sexto. Con ese Ron Dennis y el de los motores Mercedes gritando
- ¡Coge a Glock! ¡Tienes que pasarlo!
Desesperados en plata, aterrados y muy vodafones.
Que es lo mismo que decía el otro:
- Trata de arrancarlo. Por Dios, trata de arrancarlo.
Lo que pasa es que ellos tuvieron la suerte de que Glock iba como en un coche de calle, con sus lisísimos neumáticos resbalando por la pista de baile, y pudo pasarlo aunque nadie lo creyera, ya que nosotros mirábamos fijamente a Vettel que era del todo inaccesible, como diciéndole chaval, tendrás mucho coche, pero aquí hay mucho conductor.
Así que ayer me llevé un buen planchazo. Mi gozo en un pozo cuando me dijeron que el británico era quinto y por tanto el campeón. Y mira que a mí Massa tampoco me dice nada. Que no le tengo por un gran piloto ni me cae especialmente simpático. Por eso mi sorpresa al descubrirme tan hincha del equipo contrario, el que sea. Yo que soy más bien tranquilo, y que no digo tacos ni dándome en el dedo con un martillo. O eso creí. Que acabé el día con un soniquete muy tonto:
- Vaya putada.
Leí unas declaraciones de Hamilton en que afirmaba que dejó el Reino Unido porque no podía salir de casa sin que lo reconocieran. Que el Santander tiene empapeladas sus oficinas del Inglaterra con sus posters de su careto y efigies de su fígura. Lo mismito que aquí en España. Que si preguntas en una oficina te dirán que no saben ni quién es. Es el truco que consigue que el que mira la mano izquierda no sepa que es lo que tienes en la derecha.
Aquí en España el Santander de Botín parece totalmente desvinculado de la fórmula uno. Sí se ve sus letreros en las carreras, pero no tiene casi peso, porque han enseñado a la gente a mirar sin ver. Hamilton lleva en el pecho el nombre del banco, pero es como si no lo llevara. Me consta que no fueron pocos en Asturias, y por extensión en este país que acoge los triunfos de Nadal en Wimbledon o Roland Garros que son solamente de él y de nadie más, como si fueran un poco de cada uno de nosotros, así abundaron los que amenazaban con cambiar de banco si el Santander proseguía patrocinando al máximo adversario de alguien de la terrina, como Fernando Alonso.
Así que han conseguido hacer a Hamilton invisible aquí. Allí tienen las oficinas rematadas con papel de su sonrisa profidén. Está por todas partes, dice él. Y en esta realidad cotidiana lo más que se han atrevido es a mostrar en su anuncio de OpenBank un fórmula 1 difuminado, como de fondo. Quieren jugar las cartas de su preponderancia en el equipo puntero de la Fórmula 1, pero tímidamente. Por supuesto el fulano que aparece a los mandos no es Hamilton, al que le canta el casco, sino quizá Kovalainen o De la Rosa. Estoy seguro de que hubieran tirado más de el piloto de pruebas en la tele, después de todo De la Rosa es seguramente uno de los pilotos más cabales de la F1, pero era demasiado arriesgado poner el foco sobre un piloto que no es el oficial, pues los cerebros de sus clientes podrían hilar los puntos que llevan hasta Hamilton, contrario feroz. ¿Y quién querría saber a las claras que tu banco mantiene el nivel de vida de tu enemigo personal?
Es por eso que el Santander no habrá pagado prensa hoy en España para darle las gracias por el triunfo, ni para felicitarle. Por mucho de que su patrocinio le esté pagando el sueldo, han logrado disimularlo.
Ahora en los tiempos de crisis han ingeniado un anuncio que siguiendo directrices de arriba nos presenta a un cliente que lleva todos sus ahorros al Santander precisamente, por ver si los puede meter en algo que recomiende el Banif. Y se queda mirando desde la puerta hasta que encuentra unos ojos "lo suficientemente amables", es decir, queda mirando un buen rato descartando miradas de odio hasta que encontró a alguien no mirara con inquina ni recóndito rencor, simplemente porque el actor acaba de levantar los ojos de los folios y le cuesta fijar la vista, para proponerle entonces que se haga digno de toda su confianza. Y se hace al instante, esbozando algo que quiere ser una sonrisa, pues el empleado lleva la corbata roja que llevan todos en los anuncios por mandamiento divino, que salen muy sonrientes en los pósteres porque anudada la corbata al cuello, actúa como la capa de Superman, vuelve al hombre super hombre, y es que el Santander es un poco como una secta de replicantes.
Por eso en el anuncio se nos dice que no solo se van a hacer cargo de los esfuerzos en ahorrar de toda la vida del inoportuno visitante, sino que harán crecer la confianza para siempre. Más o menos lo mismo que te diría Nueva Acrópolis para que vuelvas a una de sus charlas sobre Egipto y los misterios de la vida.
Lo hacen todo muy didáctico, como enseñar una foto de Hamilton con Santander escrito en la pechera y hacer parecer que aquí odian lo que allí aman. Son capaces de convencernos de cualquier cosa precisamente porque nos tratan como si tuviéramos 4 años.
A mí el anuncio me da un poco de grima. Y ellos un poco de miedo.
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