Llevo algún tiempo sin venir por aquí. Sin despotricar contra el mundo, o al menos enfilar el mundo desde mi propio prisma. El caso es que recién levantado me vienen ideas, todas funestas. Ideas que debieran tener conveniente traslado a este espacio, pero que se me olvidan, de manera que esa, mi venganza personal, la imposibilidad de callarme y de que me callen, se ve postergada por el olvido y el quehacer cotidiano. Que por otro lado, obliga a un olvido tránsitorio al principio, luego inevitable, para estar centrado en las tareas del ayer y el hoy. Por eso, por el día a día, he perdido algunas amistades, que ya no son más que números extraños en mi teléfono móvil.
Qué atroz es la realidad. Nos desayunamos con catástrofes, pero no nos importan demasiado. Nos hemos acostumbrado. Lo más nos escandaliza. Pero luego, en el trato de lo continuo, la vida se nos vuelve remanso.
Recuerdo una mañana lejana; se encendió la radio en su función de despertador, con la noticia de que un chico gallego había sido secuestrado paseando por la calle, e introducido a golpes en el maletero de un coche. Parece ser que le iban a prender fuego dentro del vehículo. Por suerte el chico pudo llamar con su teléfono, y la policia que no solamente multa por multar, acudió. A esos energúmenos los detuvieron, (imagino que ya deben andar por ahí, proyectando nuevas estrategias), pero la historia, real como la vida misma, me aterró en la duermevela de la cama, que ese día no quería despertar. Agarré fuerte las sábanas, y me hubiera cambiado de planeta...