miércoles, 30 de enero de 2002

30/01/02 13:14

Ayer estuve charlando sobre literatura con un compañero veterano. Ambos charlando amigablemente entre las estanterías. El caso, es que yo gesticulaba por aquello de completar las carencias de mi discurso con las manos. Y éste, a pesar de llevar (supongo) media vida entre esas estanterías me advirtió:

- No gesticules tanto que nos pueden llamar la atención.

Y ese otro que le podía llamar la atención era una corbata vecina y un mostacho bajo la nariz que pasea. Toda la vida viéndose los rostros y aún se llaman por el apellido. Toda la vida juntos y aún hay posibilidad de reprimenda. Parece ser que la amistad no es posible.

Pero esa advertencia no era para mí en realidad. No temía por mí, por la posibilidad de que me dijeran algo. Temía por él mismo, pues yo, acabando como acabo hoy he descubierto el verdadero valor del poder.

Ayer el poder no lo tenía aquel que se pasea y que podía destacar nuestra falta por hablar naturalmente. Aquel que podía afearnos el haber estado charlando precisamente ahora que no hay clientes. El poder lo tenía yo, yo que no tenía nada que temer. Yo que acabando un día después no tenía miedo a nada.

El poder no es ordenar a vasallos, es no temer.



Por otro lado, he descubierto la frase más cara del mundo.

"Curso superior de Internet y comercio electrónico"

esa frasecita en mi currículo me va a costar 149.710 pesetas pagadas de una tacada.

Porque el curso que hay detrás de esa denominación es un curso que me explica cómo hacer lo que ya sé hacer, sin curso alguno.

Aprender, aprenderé un 15% de la información total que trae, y yo me pregunto si eso me abrirá puertas, o si es convertir dinero en algo inútil, muy lejos de los gastos propios de viajar, de Pal Arinsal, porque allí comprabas recuerdos y esos, no se pueden pagar con dinero.

Que se lo digan a los que andan por la vida con la cara vuelta hacia el pasado.