Leía el otro día en la prensa un artículo sobre una joven que pese a su juventud ya ocupaba un cargo mediano en el organigrama del Partido Popular en Madrid. Llevaba a cabo sus tareas, que desconozco, en el mismo piso que Rajoy y Acebes de la calle Génova.
De todo el artículo lo que más me llamó la atención era el breve resumen que el periodista hacía antes de empezar la entrevista. En este anticipo nos aclaró que cualquier medida del partido contaba con su apoyo sin fisuras y al ciento por ciento. Llegaba a afirmarse que no hacía la menor autocrítica, referida claro está, a la línea y sendero del Partido Popular.
Cuando le enseñé el artículo a un amigo mío me dijo que a aquella se le veía de lejos que era una trepa. Y con esa conformidad del todo, con todo, aún ascendería mucho más en el escalafón.
Yo, que me he de considerar por fuerza más de izquierdas que de derechas, quedo a la luz de todo esto anonadado. Porque por supuesto que hay políticos que me caen mejor que otros, pero a todos los observo bajo la lupa de mi crítica más contumaz. No estoy dispuesto a dar por bueno un paso sin examinarlo con detenimiento. Así soy capaz de divergir con todos ellos en mil casos. Intento formarme una opinión de cada suceso, y la callo o la cuento en función de mis ganas y del apetito de mis interlocutores.
Que esta cuestión fundamental me separe de algunos de los que van a hacer carrera profesional en la política me impresiona, pues en mí siempre se puede aspirar al cambio de opinión. Al donde dije digo digo Diego, no me caso con nadie (al menos por ahora), y tan pronto soy capaz de poner a los pies de los caballos a unos como a otros. Pero que podremos esperar de los políticos que ofrecen su apoyo sin fisuras, sin moverse un ápice de la nítida línea del partido. Que se hacen fundamentalistas de doctrinas, que se enrocan descubriéndose cualidades y hacen oídos sordos a los que desde fuera opinan distinto.
No se trata de hacerse fuerte en su castillo, se trata de oponer razones y valorar las del contrario. Aceptar de aquel las que nos convenzan, y procurar exigir a todos honestidad y honradez en cada acto, con un oído como hacían los indios de América, pegado al suelo para sentir la calle bulliciosa.
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