Me hallo entre aquellos que siguen con interés los avatares del fútbol cada semana. Soy de esos que disfruta de los grandes partidos y de los que se aburren soberanamente en partidos como el que el domingo enfrentó al Real Madrid y al Atlético. Yo, un poco por coherencia al gusto por el fútbol y otro poco supongo, por no parecerme en nada a Alcalá de la SER sí soy forofo de un club. El mío, el de mis desvelos de niño es el Athletic de Bilbao que apurada la liga, quedó en tierra de nadie.
Pero no es del Athletic de quien quisiera hablar en este rincón a bote pronto. Quisiera hablar de Villarroel y del Levante. Por extensión también de Schuster, Caballero y de Oltra; del Mallorca, de Cúper y de Romero, valga esta lista a modo de créditos de lo que sigue.
Todos sabemos que el Levante estaba, hace unas cuántas jornadas, virtualmente salvado. Veía el descenso como el rico mira los utilitarios de los demás. Aquellos problemas no iban con él, tenía un colchón cómodo y se quedó dormido.
También es conocido que su presidente Pedro Villarroel no tragaba con Bernard Schuster, que es en su relación con la prensa un Ferrando exagerado. Tan cortante que resulta antipático, y eso en el fútbol, si se aspira a una larga carrera (incluso sin éxitos notables) es un hándicap. Mucho mejor ser resultón ante los medios, ¿quién duda que Ranieri encontrará equipo cuando quiera? Es lo que tiene ser un cachondo, no gana pero es divierte y da bien en cámara.
Digo, no es un secreto, que Villarroel encontró la sinceridad de Schuster cuando el presidente fichó a Caballero y el entrenador declaró taxativamente que ni lo había pedido ni lo necesitaba. Desde ahí la relación fue a un deterioro progresivo. Dos no hablan sin ninguno quiere.
La cuestión es que si el Levante mantenía la categoría habría forzosamente un año más de Bernard Schuster. Y eso era demasiado para Villarroel, así que tras el enésimo partido perdido de un equipo al que se le pedía no descender (nunca hasta ahora estuvo en descenso), y por no volver a ver el careto del alemán decidió echarlo. En aquel momento Villarroel y todo el levantinismo tenían bastante claro que la permanencia era segura a poco que la fortuna acompañara. Simplemente se dio un cese antes de que por contrato se prorrogara Schuster un año más. Despedirlo en ese momento sin permanencias matemáticas de por medio iba a suponer un ahorro mayor que hacerlo en junio. Pues entonces él técnico podría exigir el pago integro del segundo año rescindido.
Pedro Villarroel se lo quitó de en medio y le dio los mandos a un técnico de la casa, impecable en el filial. Este puso su mejor voluntad, pero empezó a perder la liga al perder en Albacete. En aquel partido el compromiso de los 11 estaba bajo cero, de forma que a partir de ahí, aprendida la lección echó las camisetas al aire para que las recogieran los que más ganas tuvieran. Por suerte fueron al menos 11, y el equipo mejoró su imagen contra los fuertes, aunque no tanto como para ganar.
El Mallorca en una mala temporada no se parece en nada al club que fuera hace unos años. Sencillamente le falta calidad para estar más arriba. Con un galáctico en horas bajas en los banquillos, Cúper que exprime un limón sin zumo. Pero tiene arrestos el Mallorca, quizá motivado por las palabras de Villarroel cuando ufano afirmaba que el Mallorca era carne de segunda, que no se molestaran en intentar la hombrada, estaban descendidos. Palabras que hoy suenan a motor de reacciones.
Se equivocó Villarroel, un buen final unido a dos victorias del Mallorca ante mi amado Athletic y ante el Depor lo ha salvado. Ahora, a falta de una jornada para el fin del cuento un consejero del Levante asume el protagonismo de los disparates para decir que el Deportivo de la Coruña se dejó vencer, y que Romero estaba comprado. Yo de él le ponía ya una querella. Ya antes, frente al Athletic, se insinuaron irregularidades.
Queda una vuelta de tuerca a la liga. Oltra dice que mientras hay vida hay esperanza. Es cierto, como canta Ismael Serrano, no todo está perdido. Levante y Mallorca se juegan la permanencia contra rivales hábiles que están en las antípodas clasificatorias. Ninguno mira hacia abajo por el vértigo, pero uno caerá al pozo de segunda. Al otro le quedará un verano para mejorar los mimbres de una cesta que conservó pocos puntos. Tiempo suficiente para volver a empezar.
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