Cuando uno quiere hablar lo tiene sencillo, no necesita un flexo sobre la cara. Le basta con coger el teléfono, bajar la escalera o tocar a una puerta. Alguien atenderá, alguien dirá para que digas, la conversación entonces se precipita, es un toma y daca, un hoy por ti, mañana por mí. El problema aparece cuando se quiere hablar con alguien en particular, esa persona entre un millón y no se encuentra el modo.
Entonces el tiempo se detiene, los segundos se enzarzan unos con otros, se hacen la zancadilla y los minutos parecen un lapso demasiado largo. La vida entonces deja su frenesí de autopista sin límites de velocidad para dejarte a un lado, como al autoestopista que no rescató nadie. Como al mojón de carretera que nadie ve, que pudiera no estar. Fíjate; parece que todo se mueve excesivamente rápido, pero en realidad todo está detenido, tú eres quien se mueve.
Sin número que marcar hacia la voz, sin pasillos que recorrer, sin puntos de partida en el tiempo de descuento, ¿y ese hilo al que aferrarse?
En esos casos, cuando la comunicación se volvió imposible, cuando la tecnología no vendrá en tu ayuda, esta noche no, queda poco más que tener paciencia. Saber que habrá nuevas oportunidades, y que aunque uno quería hablar para hablar, podrá en cambio hablar por hablar porque es muy sencillo. Ni siquiera se necesitan dos personas, basta una sola y un espacio en blanco.
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