Caminaba el otro día por la calle y sin quererlo escucho a una anciana diciéndole a otra:
- El PP cuando se equivoca, lo admite.
Ellas venían de frente de forma que no pude, ni quise en realidad oír más. Sonreí y seguí avanzando. Me di cuenta instantáneamente que será imposible que estemos de acuerdo en todo. Yo en ese instante y en todos, habría sostenido justo lo contrario. De hecho aquellas dos mujeres me sorprendieron porque no era fácil, a priori, que encontraran una sola cuestión en que yo pudiera quedar tan disconforme. Nada en su apariencia antes de oírlas hacia presagiar que yo pudiera, hallar un solo motivo de amistosa discusión con ellas. La una explicando a la otra, haciendo campaña, la otra quien sabe si asintiendo o a punto de protestar con exhibición de una rosa con espinas y sonrisa ZP.
La verdad es que ninguno de ellos, esa clase política tan falta de clase, no importa el árbol al que arrimen, reconocerá sus fallos. Ni los propios ni los de sus mandos. Ni los de un tono ni los de otro. Tras el rojo de unas siglas o tras la estrenada corbata naranja se esconde lo mismo. Para qué hacerlo si entre sus acólitos no existe un mínimo espíritu crítico, si la política logró lealtades incondicionales que para si quisiera el amante abandonado en las noches de más inquieta desconfianza.
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