Me envía Brullis un correo en el que se cuenta que a una muchacha la estuvieron a punto de secuestrar tras cambiarle amablemente una rueda. Ocurrió en el centro comercial de Bonaire. Tenía aparentemente una rueda pinchada y un tipo muy elegante, nada sospechoso por tanto, informal con maletín de ejecutivo se ofreció a ayudarla. Charlaron cordiales y cuando él acabó le pidió que lo acercara a su coche en el otro extremo del centro comercial, ella reparó en que al guardar la rueda él mismo había ya dejado el maletín en el maletero. Esto le despertó sospechas y salió pretextando un olvido de nuevo hacia el centro comercial, dejando al sujeto esperando dentro del coche. Al regresar acompañada de un guarda de seguridad se encontró con que no había ni rastro del ejecutivo y que quedaba tan solo su maletín en el que encontraron una navaja, vaselina, varios preservativos, un tranquilizante fuerte, una pistola falsa de apariencia real y celo ancho.
El correo finaliza recomendando que no confíemos en los desconocidos. Eso es lo que se extrae finalmente. Quizá hay que ser muy sagaz para diferenciar al bueno de los malos. O es simple ley de probabilidades, de ese puñado habrá más buenos que malos. Podríamos confiar en la mayoría por tanto. O quizá sea verdad que no hay que fiarse de nadie. Que de una forma u otra querrán acabar con nosotros.
En los pueblos se puede confiar más, porque no hay tantos desconocidos. De alguna manera los conoces a fuerza de cruzar los ojos. Lo puedes conocer todo aunque de algunos no haya nada que conocer.
Yo hoy he tenido un día de gran dolor de cabeza. Mucha pantalla de ordenador me temo, o quizá es la comida que como a diario. Me está destruyendo por dentro.
Esta tarde al volver de la siesta recordaba la película aquella de Tim Robbins, "Cadena perpetua". Creo que de algún modo oscuro e inexplicable soy como él. Tuve que arrastrarme por cañerías de agua turbia para aparecer limpio al otro lado.
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