No suelo ausentarme por tanto tiempo, no soy, esto es algo que conoce cualquiera de los que me trata, aunque sea tan solo por Internet, cae de puro obvio, alguien que se quede las quejas para si. Soy como un altavoz protestón, sólo que no tengo voz, tengo un teclado QWERTY repleto de letras, a cambio.
Por eso no deja de llamar mi atención que haya estado tan absorbido por tareas intrascendentes como para dejar mi weblog desamaparado y sin párrafo al que agarrarse. Y no es que no me hayan ocurrido algunas cosas dignas de mención, y muchas buenas. Y no es que haya seguido leyendo la prensa, y sigo emprendiendo cruzadas, muchas perdidas de antemano, otras ganadas a la postre, y otras de resultado indefinido o por llegar. Pero me aparté del ordenador como en su día de los libros, quizá porque uno piensa que siempre hay algo mejor que dedicarse el tiempo a conocer o a conocerse.
Pero regreso, vuelvo con las mismas manos que llevarse a la cabeza, con la impresión reciente de ese Madrid que rebulle de entranjeros mezclándose entre si y con los que son del país, puede que más que ningún otro. Es Madrid una ciudad que de sorprendente hizo la sorpresa algo cotidiano. Lo pintoresco y asombroso son el pan nuestro de cada día. Con sus metros atestados, sus jóvenes inclasificables vestidos de sotana y collar de perro, sus mutilados a los que les falta todo lo que le sobresale al codo y que visten camisetas de jugador de baloncesto para mostrar lo que les queda. Es Madrid una ciudad permanentemente disfrazada, repleta de tanto encanto que quien la visita no podrá dejar de repetir.
Comimos en un indio de la Lavapiés, sobre una mesa que recibía el aire expulsado de un garaje o que se yo, pero de cuando en cuando se removía el mantel y los 30 grados o más se refrescaban, porque no era desde luego un aire viciado, sino uno fresco, casi como asomarse a un acantilado, que es algo desconocido, una imagen nada más, hasta que uno se planta ante el mar inmenso. Subimos en barca en el Retiro, cenamos en un vegetariano y me fotografié ante la oficina principal del Banco Cooperativo que no significa nada más que para algunos que se mueven en lo mismo que yo. Era aquella oficina un poco de pueblo como nosotros, convirtiendo esa calle en el Madrid de primeros del siglo acabado.
Me crucé con el hermano de Resines en los Serrano, ese campuzo que protesta tanto por todo. En fin cosas de Madrid, tan sorprendentes como que arrase allí precisamente, el Partido Popular.
Me caricaturicé bailando con Sestea, y la cara era mi cara, y el cuerpo el de cualquiera, sufrí la odisea de EasyJet para volver y regresé a Asturias bastante tarde y bastante cansado. A un punto de haber tenido que hacer noche en Oviedo y regresar con un compañero a la amanecida.
Luego llegaron dos semanas con salida nocturna un viernes. Pero esa parte no la detallo. Casi no me acuerdo.
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