Volviste al rato para quitarte años.
Plaza Garibaldi - Ismael Serrano
Sigo con el horario laboral, eso sí sin tener que ir al trabajo, que es una ventaja sustancial. No deja de ser una ventaja, el día da para hacer más cosas, o para hacer menos en la confortable sensación de estar perdiendo el tiempo, viendo las horas marchar como la despedida de un barco que zarpa remolón.
Y claro, en contrapartida por despertar antes paso el día soñoliento, con ganas de dejarme caer por todas las esquinas.
Alguno dirá que no me de alpiste que no es tan temprano, pero es que no es esto lo primero que he emprendido en este día. Que no contaré que estuve descargando ya un camión de mudanzas porque no es cierto, ni corrí la maratón y llegué fuera de control en todas las acepciones del término, pero llevo ya un tiempo con los ojos abiertos como platos, como uno de esos muñecos siniestros de mirada fija que algunas guardan y que te miran desde los estantes durante toda la noche, para saltarte al cuello en el momento justo en que se te ocurra cerrar los ojos.
Al final no me he cortado el pelo. Todavía. Y eso que lo tengo bastante revuelto, de encontrarse un peine tan pocas veces. Que ya no habrá quien lo meta en cintura, salvo la tijera quizá.
Y tendría que hacerlo, porque me estoy llenando de canas, como si alguien las plantara por chincharme. Y no se me ocurre otra solución que cortarlo mucho para que sean menos evidentes, o empezar a usar uno de esos potingues del pelo que lo enmascaran todo y te dejan manchando aquí y allá como tuvieras un mocho por cabeza.
Y esos trapicheos frente al paso del tiempo no me van.
Aún.
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