Ayer conocí la peor cara de Papa Noel. Lo más seguro es que no fuera él. No vi renos, ni iba de rojo entero hasta la borla. Pero tenía barba, y quizá por eso, cuando me acerqué sonriente lo tomé, equivocada y lamentablemente por quien no era.
Y aquel calco con barba de la ilusión de los niños, se tomó a mal mi sonrisa y algo se le removió en las tripas, alguna reacción gástrica, algo que se le subió por la garganta como petróleo ácido, cambiándole al rostro a una mueca, y a la vez el carácter apacible de la barba. Acorralado por algún complejo, alérgico a la risa, se enfureció de mi buen ánimo y mejor talante, y me gritó que le atendiera otra persona, con lo que a mi se me congeló la sangre en las venas, y casi de golpe, instantáneamente, dejé de creer en disfraces y reyes de oriente. Me quedé apesadumbrado, pues soy persona social que depende de su entorno, y sobre todo de un entorno favorable, pues al contrario me vuelvo taciturno y silencioso.
En la alegría soy protagonista y en la pena soy invisible.
Michael Jackson ha sido absuelto de la acusación de plagio de una canción, y es cosa curiosa, pues han venido a coincidir su liberación judicial de querellas, al menos de esa en particular, con la audición de ambas canciones por mi parte. Y yo que admiro mucho a Michael Jackson, y que he considerado además que es un genio, he venido a concluir, tras atenta comparación, que puede haber quedado demostrado que su canción no plagió a la del italiano, pero lo cierto y comprobable es que ambas se parecen como dos gotas de agua. Como dos canciones por momentos idénticas.
Dicho esto. Que otros fundamentos se necesitan para considerar que cada paso, mejor con pies de plomo. Y que casi todas las creencias se pueden poner en tela de juicio.