Escucho en la radio una cuña de la ONCE muy concluyente. Cuenta que con 6 millones de euros, "olvídate de los problemas" de manera que emerge del agua clara y en síntesis una conclusión diáfana como mi salita de estar:
"El dinero resuelve todos los problemas" o al menos permite que los olvides, supongo que será porque con pasta se puede beber güisqui del bueno, beber hasta olvidar. Aunque si de lo que se trata es de ponerse moñas perdido, lo mismo sirve un tetra brik (¿un qué?), una caja de cartón de vino Don Simón, que lo dan casi por ná en el supermercado. Así que para olvidar no hace falta jugar a la ONCE.
Y voy más allá y digo yo que hay problemas que no resuelve el dinero. Los problemas de salud, física o mental, la nostalgia de otros tiempos, la añoranza de una ausencia, la tristeza en el fondo de los ojos. Y alguno dirá que eso no son problemas, Puede ser que no lo sean. Pero para quienes los vivió alguna vez son como una roca enorme en mitad de un pasillo.
La cuña pese a ser cortita continúa con otra perla. Finaliza con un "si quieres cambiar de vida, claro". Y lo dice en plan bravucón, como dando por hecho que todo el mundo quiere cambiar de vida (menos ellos, supongo, que hacen los boletos).
Es decir, da por entendido que la mayoría de la gente no está conforme con su vida, que la cambiarían sin duda (con un buen pellizco de euros). Y en esto yo no puedo estar más conforme aunque sólo en parte, y lo estoy porque los hombres (y las mujeres) de todas las edades y condición cambiarían lo que tienen por lo que no tienen. Por puro inconformismo, por pura envidia, por ser diferentes, por vivir otras cosas (por tener otra vida).
Pero para cambiar esas cosas tampoco se necesita la suerte de un boleto premiado. Basta con voluntad para actuar de un modo distinto.
Hoy me decía un paisano que "la cosa estaba mala" y yo asentí porque es una conclusión a la que llegué por mi mismo hace ya muchos años. La cosa está mal sí, lo ha estado siempre y lo estará. Nunca llueve a gusto de todos y la vida pese a ser un lapso tan corto, termina acumulando alegrías y desgracias como en una balanza. Para comprobar al final que pesa más.
Ya lo decíamos moviendo la cabeza de un lado a otro, "la cosa está mal" y el otro corroboraba que está fatal. Pero bien mirado cuánto daríamos por seguir como estamos, superando el gris cuando se nos prende en la piel, nada más con una tos que tenía que ser pasajera y se volvió residente, con dos o tres ilusiones a flor de piel. Que son el motor que nos mantiene. La sensación íntima de que se es afortunado, quizá por una suma de cosas o quizá porque después de todo pensamos que la ley de Murphy, todo es susceptible de empeorar y lo hará, no se cebó con nosotros
(aún).
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