Las personas somos imprevisibles. Maldita sea, estoy poseído por la publicidad de poco nivel. Abro la boca y me sale una sentencia de anuncio de Aquarius. Me quedan las frases de anuncios de poco fuste con una facilidad de pasmo. Siempre me pasó igual, retuve lo que no importaba lo que tendría que haber pasado desapercibido, y olvidé lo que realmente importaba. Lo que había que saber. Siendo así no fue raro que me ocurriera lo que vino a ocurrirme, terminé por confundir lo sustancial y accesorio, sin saber distinguir bien, concediendo valor desmesurado a cosas que por su naturaleza son leves y pasajeras. Aunque bien es cierto que nunca supe guardar una pizca de rencor contra nadie y si no tuve memoria aquello no jugó más que en mi contra...
Decía... (anda que no soy rollero ni ná). Las personas tenemos un comportamiento curioso. Si alguien está entre los tres únicos candidatos para algo y no es elegido, si entre esos no es el ganador, se sentirá de repente apesadumbrado, y porque no decirlo, según el caso, realmente jodido.
No importa que la elección de esos finalistas entre las que se encuentra haya sido azarosa. Que no tenga más mérito que ninguno para ganar, ni siquiera para figurar entre los que optan al premio, al progreso o a la mejora. Al conocerse el resultado le recorre de arriba a abajo la frustración y se le dibuja en la misma cara la impotencia.
Y aquí mismo está el quid del asunto pues esta persona habría podido jurar que su vida era estupenda. Que bebía felicidad a pequeños sorbos cada día, (que la felicidad al contrario que la euforia es un estadio de calma, sostenido, sin altibajos, como una tarde mirando chocar las olas contra la piedra, todas tan parecidas y sin embargo distintas). Conviene, desde luego reparar en esa felicidad que convierte los días en un suceder bonito. Pero si en medio de ese estado, en la competencia caprichosa, llegamos a perder frente a otros o frente al destino, juraremos por la sensación inevitable de derrota que algo en nuestra vida se degradó. Y en realidad nuestra vida será la misma que teníamos antes de sabernos candidatos, nada habrá cambiado. Idóneos o no, en el descarte que nos dejó sin cartas, inventaremos un antes y un después. Y encontraremos motivos nuevos para la queja.
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