Juro que llevo días pensando en llegar hasta aquí para hablar un rato. Quería hablar sobre la selección de baloncesto y su colosal éxito. Quería hacerlo como a mi me gusta, esto es, criticando con saña a la selección de fútbol. Hablar de una poniendo a caldo la otra.
La verdad es que poner a los pies de los caballos a esa selección mediocre de notables del fútbol, al menos en cuanto a salarios se refiere, es bastante sencillo a poco que uno conserve en su memoria algún recuerdo del ridículo espantoso vivido, por algunos más que otros, en el último mundial.
Desde luego vivimos un país de locos. Estábamos en la víspera de la final del Mundial de baloncesto y aún le dedicaban más tiempo en el telediario a la información futbolística de esa selección de nulidades en conjunto, que a esos otros héroes sin partidos perdidos. Era más importante la intrahistoria de un sábado contra Lienstenstein que no sirve para nada que el anticipo de un día irrepetible contra el campeón de Europa.
Claro que la noticia tenía miga. El autocar de la selección incapaz no lograba salir marcha atrás del estadio. Aquello estaba colapsado. Ocurren tan pocas cosas en Badajoz que la gente sale de las trincheras para despedir la salida de los jugadores. Ellos obviamente no hacen ningún caso. Hacen como el novio de la peluquera esa, como se llame, que estaba casada con aquel ex-boxeador. Se enchufan el móvil a la oreja y simulan estar muy atentos a su interlocutor, que por lo demás es el único que hablar. Yo sospecho que al otro lado no hay nadie. Es una estratagema acorde a la educación que recibimos, si uno está atento a lo que alguien parlotea por teléfono tiene la coartada perfecta para no prestar atención a nada más. Después de todo si te diriges a alguien que no sea el que espera en línea le estás haciendo un feo a él, y como es lógico esa llamada siempre se inicia antes de contactar, siquiera visualmente, con la prensa. Uno camina con la mano en la oreja y con la mirada perdida, pero todo esto significa algo así como:
"Disculpa que no te atienda pero si lo hago dejo de atenderlo a él. Él llamó primero y espera que en algún momento, en un futuro, yo intervenga". "No soy yo el que no quiere atender, es la situación, la concurrencia de acciones, el maldito destino".
Lo curioso es que esa intervención nunca se produce. Simplemente pasean; el negrazo inmenso que se novió con la peluquera depresiva, los futbolistas de la super-selección de fútbol, con el oído fino a lo que alguien les explica, sin prisa ni necesidad de el más mínimo de retorno. El del otro lado habla y habla como contra una tapia.
Decía que la selección se las vio y se las deseó para poder abandonar el estadio. Sacar el autocar de culo es una mala idea. Sobre todo si hay un mundo de gente fuera esperando no se sabe bien qué. Por eso nada mejor que tener un seleccionador como el nuestro. El ínclito Aragonés, que baja del autocar y se dirige serio hasta donde los policías por ver si su aparición despeja la calle o al menos pone orden entre la marabunta. Se permite incluso chocar alguna mano con aire de pocos amigos, abúlico perdido, con ganas no se sabe bien si de echar un güisqui al cuerpo o una moneda a las tragaperras.
Y lo más curioso es que la medida termina resultando. A saber que acertadas palabras le dirigió al guardia. Probablemente sea el talento oculto de Aragonés. Le dio las claves para regular el tráfico, para lograr que la masa enardecida se hiciera atrás dejando el paso libre a los Raúles y compañía. Ya sabemos que si por fin resulta que como seleccionador no vale, quizá porque no ganemos más que amistosos durante los próximos 100 años, que estará si le dejan estar; entonces quizá Aragonés cambié el pito de dirigir desde la banda por el de dirigir desde la acera para que los coches no atropellen a los que cruzan amigablemente los pasos de peatones.
El pobre agente no sabía donde meterse. Claro te baja a ver el seleccionador del equipo con su camiseta roja de selección nacional y el hombre no sabía si cuadrarse, pies juntos y a la orden. Porque que te encuentres a Aragonés en ropa de faena (esto es de servicio) es casi lo mismo que te bajara a ver la bandera con mástil y todo. A poco que aquel hombre sintiera los colores de este país que es España se le tenían que estar poniendo unas ganas locas de besarle el pecho o entonar el himno. Como no iba a lograr entonces que saliera aquel autobús y su preciada carga. Sobran autopistas aunque solamente sea para llegar al aeropuerto.
Al final los países son nada más un grupo de gente que cree en las mismas cosas. Por eso era tan emocionante ver a Pepu Hernández retratado para siempre por una cámara de fotos. Los ojos lagrimosos, la copa arrullada como un bebé en sus brazos. Absolutamente emocionado por el recuerdo de su padre muerto. Con el alma rota por la tristeza de haber perdido irremediablemente horas antes de ganar lo más grande que podrá ganar nunca.
Y esos jugadores que eran una piña. Unos amigos conjurados para demostrarle a un país que podemos ser los mejores si jugamos juntos, sabiendo a qué jugamos.
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