Ya sé que dije que escribiría sobre el viaje a Florencia. Di las razones, tengo tan poca memoria que si no lo escribo lo vivido ser perderá. Ya me pasó otras veces. Sin embargo cuando lo expongo aquí puedo rememorarlo transcurrido el tiempo. Vengo a veces y me digo:
¿qué contaba yo justo hace un año? ¿qué contaba hace dos?
Podría contar la toma de tierra del avión como un fórmula 1 en plena recta, la pizza a las 12 de la noche aunque ya hubieran casi cerrado, no dejaron entrar a nadie más, el Duomo, la Galería, el Museo de San Marcos, la Pietat de Miguel Ángel (en el que aparece su rostro pues iba a ser monumento funerario para su propia tumba), los Ravioli que le cedí a Sestea y fueron la mejor pasta que hemos probado hasta hoy. Los helados italianos y nuestro paseo nocturno por una ciudad abandonada de gente, sin guía por primera vez, enfilando recta tras recta, encontrando todo por ver, sin esperar verlo.
Tendría mucho por contar, sería la mejor manera de conservarlo...
Sí diré que me impresionó ver las esculturas inacabadas de Miguel Angel, aquellos cuerpos saliendo de la piedra. Y más aún el David. Tan perfecto y tan grande (terminado cuando el genio no contaba aún 30 años).
Pero mejor aún que exponerlo aquí le digo a Sestea que me lo cuente dentro de unos años. Ella tiene un archivador infinito. Lo guarda todo.
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