Hoy apenas cuento nada. Y no porque no haya cosas que contar, pero es que me levanté a las 5 de la mañana para llegar hasta aquí y apenas he tenido descanso en todo el día. De cualquier forma tengo la intención de colgar por aquí un resumen más o menos pormenorizado del viaje a Florencia que resultará, sobre todo para Sestea que tiene la memoria de un elefante, en una palabra, inolvidable.
Yo cojeo algo de la memoria aunque a cambio tengo más gracia (me ocurren cosas más raras). Por eso me conviene dar un repaso a lo vivido para cuando no pueda recordarlo por mi mismo. Ya digo, no sé a partir de mañana o pasado. Procuraré tener en cuenta para entonces aquel aterrizaje tan raro (yo diría que a demasiada velocidad ¿o es normal tener que apoyar la mano en el respaldo de delante?). Dejo eso por aquí apuntado para acordarme de comentarlo.
Esta mañana según cruzaba un paso de cebra saliendo de la pista de aterrizaje aquí al ladito, en Santander pensé si habrá alguien que haya sido atropellado por un avión. Al instante pensé que no, si tuviera que haber uno, por aquello de que haya de todo, seguro que sería yo. Y no porque ande yo "a tontas y a locas" sin fijarme apenas, que ahora lanzo unas bengalas de localización cada vez que tengo que cruzar una calle, miro a los lados como un niño al que sus padres le hubieran enseñado disciplinadamente, a colleja diaria que hay que comprobar el tráfico antes de iniciar el cruce, claro que a mí no me tuvieron que repasar el cogote para tanto, bastó con que un coche me encaballara, que me convertí por unos minutos en uno de aquellos cowboys del lejano oeste, que antes del trompazo contra el suelo aún se preguntan para que carajo subirse a un búfalo salvaje.
Volviendo a nuestro periplo italiano dejaré hoy por aquí un par de fotos. En una se me ve lozano y feliz cruzando el Ponte Vecchio, que es un puente repletito, en cada lado, de joyerías. Es muy aconsejable cruzarlo porque uno repara por un lado en que no puede pagar nada o casi nada de lo expuesto allí (acaso unos pendientes tamaño diminuto), y por otro en estas convenciones que nos hemos inventado para dar tanto valor a algunas cosas y tan poco a otras. Claro que hay más lados que hacen aconsejable su tránsito, está vetado a los coches, (¿tengo que explicar a estas alturas las ventajas?), a las motos y a las bicis. Aunque si me atropellara una bici estoy seguro de salir bien parado, siempre y cuando no haya doping o cuesta abajo de por medio. Además es un puente muy bonito, antesala casi del Palazzo Pitti y paseo de belleza afín a la arquitectura de la Galería de los Uffizzi que vimos solamente por fuera, estaba cerradita a cal y canto.
En la otra foto se me ve haciendo una de mis poses, que aunque esté mal que yo lo diga causó un cierto revuelo en la ciudad. Y es que la gente no dejaba de maravillarse de lo bien que lograba transfigurarme en cada una de las estatuas para posar en las fotos. Lo sé bien porque la gente nos sonreía mucho. Es raro de hecho que no nos haya adoptado alguna pareja que quisiera unos hijos algo ya entrados en años (ahora que somos menos latosos). Lo cierto y no miento en absoluto, Sestea es testigo, es que los italianos nos trataron de mil amores y con gran cariño, por no hablar de esa veneciana de nacimiento "Manuela" encontrada infraganti y que quiso acompañarnos hasta el Museo de San Marcos, y hacer cola y todo para que consiguiéramos una entrada para ver también el museo de la Galería (¡el David auténtico de Miguel Angel!). Claro que en eso algo tuvo que ver el magnetismo de mi camisa Ives Saint Laurent (o como diablos se escriba) que por supuesto era una talla menor de lo aconsejable, para realzar mi caja torácica, que ya sé que dicho así no resulta necesariamente erótico pero que funcionó con las italianas más aún que si hubiera ido haciendo España vestido de torero. En este punto debo aclarar que ni Sestea ni yo nos bajamos del castellano en todo el viaje. Vamos que yo ni siquiera llegué a enterarme que habíamos cruzado eso que algunos llaman fronteras. Si Cervantes levantara la cabeza estaría orgullosísimo de nosotros. De alguna extraña manera colonizamos Florencia a golpe de castellano.
Decía que tuvimos un éxito ¿mediano? al convertirnos por unos segundos en estatuas vivientes, clones de esas otras que tenían allí expuestas. Por supuesto que nuestra transformación era con la ropa puesta, aunque hasta el mismo rostro se me volvía de piedra. No es por nada, pero en varias ocasiones me pareció escuchar murmullos de aprobación cuando no admirados entre los florentinos y ve tu a saber si también entre el resto de los presentes, mucho más extranjeros que nosotros por lo que se vio; si quedaron igualmente estupefactos es algo que no podré saber pues sé menos alemán que un embrión apenas desarrollado en Frankfurt y no podría distinguir los alegres murmullos de los alemanes de un discurso de Ratzinger para meter la pata. Lo cierto es que, ahora que no nos oye nadie, cuando era Sestea la que simulaba postura de mármol venía a resultar más cómica que otra cosa. Y lo peor de todo es que ella al principio solamente se ponía al lado como un pasmarote sin vida, luego al ver mi desenvoltura debió picarse aunque sin alcanzar nunca ni mi grado de concentración ni mi perfecta apostura.
En fin, por hoy lo dejo aquí. Venía no más por un par de fotos y he tirado chorradas para largo.
Por cierto he vuelto a la lectura. Este finde cayó "El maestro de esgrima" de Pérez Reverte y hoy comencé ese otro: "La reina del sur".
Mañana o pasado cuento más.
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