Esta semana vuelvo a nadar. ¿Conté que se me caducó el bono con 7 baños gastados como la otra vez? Caducó por si solo, lo juro. Esta visto que ya no nado nada de nada.
Ahora estoy pensando si irme a correr por la paralela al camino de San Pedro, desde un extremo del pueblo hasta los pies de la playa de Sablón, que es playa porque tiene mar, sino sería un desierto pequeñito. Lo haría pero aguanto muy poco. Enseguida quiero parar porque las piernas no me dan más de si. Las tengo muy poquito desarrolladas, como si hubiera ido toda la vida bien quietecito de aquí a allá sobre un pasillo en movimiento mecánico, de aeropuerto.
La cosa es que podría empezar por nadar hoy, pero me da rabia volver a comprarme el bono cuando caducó hace tan poco. Cuando esas cosas pasan lo que me nace es no nadar durante una temporada en represalia conmigo mismo. Y lo peor en este caso es que hubiera podido pelear un baño o dos por los 20 días que se tomaron de vacaciones en la piscina ¿no debiera ese plazo, con la piscina cerrada haciendo imposible mis chapoteos, retrasar el día de caducidad?
Y lo hubiera hecho, pero estando en Madrid tuve la mala suerte de meter una de mis monedas de 2 euros, parece que a mí solamente me cambian para darme alguna de esas, en una máquina de chicles a euro la unidad, demasiado tiempo para esperar y demasiado goloso el anuncio de los chicles. Allí esperando el metro, que iba a tardar 9 minutos, recordando aquello de ¡Limaaaaaaaaa! y la otra papila gustativa oponiendo ¡... y fresaaaaaaa! Uno es humano y cae en las tentaciones mundanas sin dejarse casi ninguna. La cosa es que la moneda se quedó entre Pinto y Valdemoro. Dentro de la ranura pero sin ir más allá. ¡Cómo va a caer si aquello no tenía pendiente! Así que tras maldecir mi estampa que era la de un apuesto ex-nadador con un bonito maletín de piel italiana, me dispuse a introducir lo que fuera por aquella ranura. Lo más fácil: mi tarjeta caduca de la piscina. La hice un pitillo y anduve con el mete-saca a ver si aquello cedía o, caso más improbable, volvía hacía mi bolsillo. La cosa es que observé que la tarjeta por ajada no tenía la rigidez suficiente, o quizá al que le faltaba fuerza o tino era a mí. Así que cogí una de mis elegantes tarjetas del trabajo y volví a las andadas. Esta vez con tan mala suerte que se me quedó dentro. Y yo asomando los ojos a la ranura para ver mi tarjeta doblada, allí en medio.
Yo perdí una tarjeta y gané quizá algún cliente en Madrid, aún indeciso y asombrado con mi audacia al repartir tarjetas de visita. Por supuesto los 2 euros desaparecieron y yo sigo sin haber probado los dichosos chicles. Ahora bien, aquellos 9 minutos pasaron velocísimos. Vamos un visto y no visto. Como mis dos eurillos.
En fin, la cosa es que tras todo aquello terminé tirando la tarjeta de la piscina en la primera papelera del metro y luego la he echado de menos por nadar.
Esta semana sacaré otra y me conjuraré para gastar 10 baños en tres meses ¿seré capaz?
Otra cosa. El otro día me encontré con un matrimonio que vive en una residencia. Ambos juntos. Toda la vida.
Creo que algo así es lo que buscamos todos.
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