Los críos son ricos. Vale que no tienen nada, nada de ellos en exclusiva, pero tienen en abundancia algo que los adultos vamos perdiendo, que nos vamos dejando en el camino con los años. Miles de ilusiones por las cosas más nimias.
Es muy probable que como me recomienda algún compañero de trabajo, que como pienso yo mismo, éste sea el momento de adquirir un cochecito para circular de pueblo en pueblo en mis ratos de ocio, como un afilador sin anunciarme. Para hacer escapadas a Santander o a Oviedo para llenar el maletero en un Mercadona, antes los encontraba a cada paso. Escapadas a Bilbao para mirar devotamente el escudo de mi Athletic en la fachada de San Mamés, para olvidar por un momento el pozo de la clasificación en el que estamos.
Aparece en el mercado el 207 que viene a suceder al 206, que por consiguiente bajará de precio, aparece el nuevo Corsa con esos muñequitos tan graciosos, y uno piensa que ahora es el momento de lanzarse como un tiburón sobre uno de esos coches descatalogados, que tienen que quitarse de encima mejor pronto que tarde.
Y entonces llega la noche de la revelación. Cuando al cerrar los ojos uno se da cuenta de que si no me muevo más no es porque no tenga un flamante vehículo esperando frente a la acera, es simplemente porque no me nace. ¿Por qué meterse entonces en pagos de 12.000 euros que no tengo? Y aunque para esto haya una solución, ¿por qué el incordio de un seguro? ¿Por qué volver a las gafas, a la fuerza, por no ver lo suficiente de noche?
Así que me convierto en un puntito que camina de arriba a abajo por la calle principal del pueblo. Un punto miles de kilómetros por debajo de los satélites del GPS. Y llego a la conclusión que la compra de un coche que esperaba repleta de ilusión tendrá que esperar, porque así no me nace, porque así, ahora, la ilusión no me alcanza.
Y si quien me visita no trajo su propio coche, entonces nos subiremos en autocares que conduzcan por nosotros; están hechos a mi medida.
Ayer cumpliendo los planes trazados volví al Día y me compré una caja de 800 gramos de langostinos medianos, perfectamente formados como un batallón dormido de alrededor de 50 piezas. He abierto la caja está mañana para intuir que de haber podido me hubieran mirado como diciendo "no serás capaz",
soy capaz de casi todo,
pero estaban congelados.
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