La cara que habrá puesto la pobre. Digo yo que se debió subir a la vez que yo, digo a la vez que no conmigo. Fue abrir la escotilla y nos aúpamos los dos por la escalerilla, saludando en mi caso a la azafata, apuesto que la mosca entró sin cortesía alguna. Es lo que tiene ser mosca. Que puede colarse sin decir ni pío, eso sí quizá tiene más posibilidades que nosotros, humanos de exquisitos modales, de morir aplastada. Aunque en eso ambos, ella y yo, nos parecemos. Conviene recordar que durante el mes de agosto del 2006 fui atropellado por un coche que circulaba mirando hacia la carnicería "La moderna", la cara del conductor era la misma que dan las monedas, de perfecto perfil, y si uno se conduce así puede muy fácilmente hacer de humanos o moscas la misma cosa.
Digo que su cara habría sido de no perdersela. Subir sin quererlo, quizá porque a la corriente de aire le dio por ahí, o el azar distraído del movimiento de las alas en aquel avión en ruta hacia Santander. Una hora a 8000 metros de altura para dejar Valencia en el recuerdo. Claro que en la vida de una mosca una hora no es el mismo tiempo que en la vida de un humano, aunque ese humano sea yo, tan arrollable como ella.
Voló en una hora más de 650 kilómetros sin ser la mosca supersónica. Sin ser la mosca atómica ni supermosca.
Lo malo para ella es que lo va a tener crudo para volver a ver al novio, o a la novia que igual en vez de mosca era mosco. De que pueda llegar volando por si misma nos olvidamos. No hay alas que resistan tanto. Y con el desbarajuste que hay en los aeropuertos con todo ese jaleo de Air Madrid cualquiera coge vuelo a estas alturas, y luego que sea el bueno. Tengo la impresión de que la pobre se hará un lío en los trasbordos...
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