miércoles, 15 de agosto de 2007

Los abrazos

De todos sus conocidos ella era la única que lo creía: esta vez era verdad que se iba. Pero también era la única que tenía al menos un motivo cierto para esperar que volviera.

El general en su laberinto - Gabriel García Márquez.


Es cosa mía, sin duda. De como soy, y de donde vengo.

Tuve a mi familia aquí, pasaron casi una semana entera, y no diré que me alegré terriblemente de verlos porque esos calificativos se los adjudico generalmente a las cosas malas. Pero fue una alegría volverlos a encontrar, tras tanto tiempo. Desde Marzo, para qué hacer cuentas.

Cuánta verdad es que la vida da muchas vueltas. Hablaba el otro día con una clienta que ha enviudado hace poco y me contaba lo inesperado de la muerte. Supongo que uno dice que sí, que estaremos juntos toda la vida, pero la verdad es que no sabe cuánto será eso. Podría ser muy poco.

Sin embargo durante esta semana de reencuentro, unido a los 13 que llegaron vine a darme cuenta de que apenas recibo abrazos. Y no hay nada en mi semblante que permita intuir que quizá los necesito. Creo que todos ellos, incluidos mis padres son un poco como yo, que soy de tocar poco, tan distinto al carácter de aquella canaria que conocí un día, que iba por la vida de abrazo en abrazo, como entre lianas sin tocar el suelo, y poniendo besos desde cerquita.

Pero yo sigo persiguiendo a mi madre como antaño, para agarrarle por detrás lo que sustituyó la delgadez de otro tiempo, para palmearle el culete y para abrazarme como Cruise en Minority Report. Me he hecho físicamente mayor que ella, pero un día me tuvo dentro, aunque no por mucho que nací con 7 meses mal contados y con el peso de una pluma.

Soñaba el otro día y reparé no sé bien, en la amanecida, en el hecho de que recibiera cariño con cuentagotas, sin necesitar más, y me vi de repente, no sé porque, como una figura de sal inmóvil.

Me había convertido en una estatua.

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