domingo, 12 de agosto de 2007

Remendando

A veces no basta con cumplir lo que se pide. Capello lo sabe.

Sin embargo hay que acordarse de lo lejos que parecía en la temporada 2005/06 que el Real Madrid ganara algún título, siquiera la Copa del Rey. Y ocurrió igual durante casi toda la temporada pasada, un poco porque el equipo no jugaba ni castaña, un poco porque los títulos se ganan consiguiendo puntos de 3 en 3 y no perdiendo tantos por el camino.

Pero el Barcelona ya no era el Barcelona que había sido. Los jugadores hacían la guerra por su cuenta, con los egos hinchados algunos, de excesiva parranda otros tantos. Y tanta relajación trajo consigo dar vida a un muerto. Un muerto que hacía un fútbol feo pero efectivo. Con algunos de sus jugadores, que habían estado casi siempre de vuelta de todo, exprimiéndose al máximo en su ocaso. Y con David Beckham que se había comportado como un profesional dispuesto a sudar la camiseta siempre renacido al fútbol de su derecha mágica, que pone la bola tan certero como debía entrarle a las chicas antes de Victoria, y quizá después. Llenando de músculo el centro del campo para ver si a Guti se le encendía la chispa el breve instante que da un gol servido en profundidad. Con ese celebrado con alborozo y a ser posible todos juntos debía bastar.

Ese era el manual de Capello cuando lo trajeron. Sabían cómo eran sus equipos, un cerrojo oxidado y dependiente de un delantero rematador, disciplinado y oportunista. No engañaba a nadie, su fútbol era tan aparente como su rostro.

Pero Calderón quería otra cosa. Quería fútbol en mayúsculas, quería el fútbol que era capaz de describir con su verbo florido y fácil (para él) Jorge Valdano. Pero ese fútbol depende del estado de ánimo, y depende de la confianza, y por fin también depende de los futbolistas.

Por eso no es fácil que Bernard Schuster consiga ramos de flores de los pañuelos del socio y abonado. Porque existe un equipo a imagen y semejanza de Capello, y eso es más de lo que fue el Real Madrid en el último lustro.

Capello contará por tanto sus millones de euros de un contrato extinguido pero pagado hasta el último céntimo en su Italia querida, echando de menos tal vez el jamón de bellota de Madrid que es una ciudad con venas palpitantes bajo la superficie. Y tendrá seguramente el placer de ver el despeño de Bernard Schuster que será el mismo de Calderón, y el mismo de Mijatovic que prefirió agarrar el sillón en que se sienta antes que defender a capa y espada un proyecto que era una apuesta personal y que salió todo lo bien que podía haber salido.

Si Mijatovic hubiera unido su destino al de Capello habría callado algunas bocas, y habría dado una lección a tantos que van por la vida haciendo las cosas regular.

Gracias que en el fútbol solamente cuenta la ilusión. Y la ilusión es solo cosa del futuro.

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