domingo, 9 de diciembre de 2007

El chico

De arenas movedizas.

Joaquín Sabina



Vengo de mi café matutino con la prensa. Y no porque haya dado una conferencia de prensa, esto es obvio. Mis cafés matutinos con la prensa son encuentros mudos con el periódico. En el que él dice más que yo. Yo lo leo y él se deja. Ni siquiera me llevo ya las manos a la cabeza.

Sin embargo hoy me he quedado un poco estupefacto. No demasiado, no exageremos, que mi capacidad de sorpresa se ha ido mermando con los años. Y no porque ya lo tenga todo aprendido, sino porque entendí que en determinados asuntos el hombre no encuentra limites, por lo que siempre se puede ir un poco más allá, y por tanto, yo permanezco a la expectativa seguro de poder presenciar ese avance, que suele ser retroceso, nuevo pero esperado.

Hoy leí lo del chaval que tiroteó a un buen puñado de gente durante sus compras en unos grandes almacenes de Estados Unidos. Mató a 8 pero a buen seguro que él hubiera querido que fueran más, sobretodo cuando se tiene la certeza de no volver a traspasar el umbral de salida con vida.

No llama mi atención el suceso en si mismo. Estas cosas ocurren allí con cierta frecuencia. Y ocurren porque cualquiera puede alcanzar un arma. Como yo soy de los que piensan que las personas, todas en general, pasamos por momentos puntuales que son picos puntiagudos para caer a redondeadas lomas de tranquilidad he llegado a la conclusión de que el chaval no estaba loco de atar. Que no era individuo propicio de sanatorio mental. Digan lo que digan psiquiatras y psicólogos de gruesos libros. Simplemente llegó a un punto de desesperación tan grande que prefirió echarlo todo por el aire.

Así se entiende su carta de despedida, en la que se reconoce "un trozo de mierda", y no sólo eso, sino que anticipa que eso no va a cambiar, que su vida seguirá la misma tónica porque así ha sido siempre y no tiene porque cambiar como no tiene que cambiar un color porque su razón de ser es ser así, precisamente. Es decir, arroja la toalla porque no le queda ninguna esperanza, como si la vida que tiene fuera en su naturaleza y ésta fuera invariable. Pero entonces encuentra la solución, "pensarán que soy un monstruo pero me voy a hacer famoso".

Y la fama vista desde ese prisma es algo deseable. En realidad la salida más gloriosa entre opciones menos ruidosas. En un mundo gobernado por la imagen en el que los muebles se colocan orientados hacia el televisor. Fama efímera e instantánea aunque no se vaya a quedar a comprobarla.

Despedido del McDonald's por robar 17 dólares, abandonado por la novia, pero no estaba loco. Simplemente estaba desesperado, sin puertas ni ventanas.

Y con un fusil bajo la cama.

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