¿Cómo pudo sucederme a mí?
Quien me ha robado el mes de abril - Joaquín Sabina
Son Albelda y Cañizares dos de los futbolistas más inteligentes. Ya se les intuía por las declaraciones comedidas que venían realizando. No eran Jorge Valdano precisamente, aunque siempre se mostraron tal como son, Albelda como alguien que no estaba dispuesto a esconderse, Cañizares como alguien tan reflexivo que parece mentira que se llevara fatal con Miroslav Djukic que fue un central de los más cabales.
Y no abundan los futbolistas medianamente razonables. Que algunos se pirran por montar fiestas locas que acaben en una o dos violaciones y en un sin fin de relaciones consentidas. Con modelos afanosas de notoriedad a las que el tamaño de la cuenta corriente les derrite las medias. Con ganas de llevarse un futbolista joven y famoso para casa, digo para casa, a la cama. Porque en el fondo no no creo que ninguna espere encontrar el amor en los brazos de Rooney, por ejemplo. Se busca nada más una experiencia a la que sacar punta, quizá en el Tomate de las islas británicas. Y que a una le quiten lo bailao. Juventud, divino tesoro.
A los futbolistas por norma los micrófonos y los flashes les hacen parecer más tontos de lo que en realidad son. Pero es que es muy difícil ser ingenioso en los comentarios posteriores al partido. Después de todo es algo que quien escucha ya ha visto. Y en el fútbol está todo inventado, no hay rival pequeño.
Pero Albelda y Cañizares siempre demostraron tener la cabeza más bien amueblada. Como Zidane los días en que no cruzaba los cables de las entradas a destiempo o los cabezazos para que te acuerdes. A Cañete habrá que perdonarle no obstante esas medias casi hasta la cintura, que hacía que la gente cantara alegremente aquello de "sal del armario, Cañete sal del armario". Y Cañete en vez de salir, se las subía más. Porque aquello era una relación amor-odio que cobraba la entrada o el abono. Y Cañete se hacía las mechas porque en el fútbol como en la vida la imagen dicta lo que eres, que es como te ven.
Albelda ha sido un futbolista de garra. De los que no puede arriesgar en el pase porque no lo dará bien. Por eso los da en corto y fáciles. Es de los de juego duro. De los que salían de la caseta ya con una amarilla, la cosa era cuanto iba a tardar en verla. Que si el partido acababa sin que la viera sobraban razones para que el arbitro meditara largamente su arbitraje. Era algo consabido, como que hay que intentar meter el balón entre los tres palos. O que Cañete se crecía ante las canciones adversas, los partidos así le salían mejor. Y sin embargo las gentes cantaban, porque iba con la entrada.
Ahora los dos, casi de la mano, abandonan el Valencia, y han decidido con el mejor criterio que lo harán apelando al corazón de la hinchada, que les agradece el esfuerzo prestado sin reparar en el Porsche que guardan en el garaje. El uno dice que la directiva no tiene categoría para humillarle y que la afición siempre lo recordará como alguien humilde que ayudó a crecer al Valencia. El otro, aún más audaz, dice que no puede fichar por el club de sus sueños porque es el mismo que lo está despidiendo.
Apelan a ese corazón viejo de las gentes que anhelan ver ganar al Valencia otra vez. Y dicen que esperan que el Valencia llegue a lo más alto. Que Koeman puede ser un buen entrenador para el Valencia, aunque sea él quien les está echando.
Pero en realidad sospecho que desde el fondo de su alma desean ver despeñarse al Valencia, como un deseo íntimo. Porque entonces los mártires serán la esperanza que queda.
Y esta afición es de las que no perdona ni olvida. Y hartos quizá incendien Mestalla. Y entronicen a los que ya no están, ni pueden estar.
Últimos testigos del periodo más glorioso del Valencia.
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