jueves, 20 de diciembre de 2007

Tengo que jugar

Tengo que jugar aún a la lotería de Navidad. La oficina me ha encargado que en estos ratos de esparcimiento míos consiga encontrar un rato para comprar un número bueno de la lotería de Navidad, esa que tradicionalmente tiene a los niños de San Ildefonso, tan formales, desafinando voces agudas con el invento del euro, con lo bien que lo decían en pesetas. Y los premios parecían más gordos, como tenían más ceros...

Voy a comprar el mismo número para que Sestea y yo compartamos perdidas o ganancias. Yo era partidario de comprar otro para multiplicar las posibilidades de que la suerte me sonría, pero me han asesorado a favor de comprar el mismo, supongo que para chinchar, si toca, a los de la oficina. Y como mi madre no es de las que deja pasar un número cerca sin hacerse copia me ha encargado que le consiga otro más. Así que llevo una carga de responsabilidad que no alcanzan mis anchas espaldas de ex-nadador. Y es que ya quisiera yo plantarme delante de los númeritos en la vitrina para que uno me hiciera destellos, sólo a mí, como cuando una moza le pone a uno las de cruce, tan rara vez que uno se gira preguntándose hacia donde mira esta, o es que acaso se me perdieron por fin las cualidades de hombre invisible. Tengo detectado que esas cosas ocurren con más frecuencia en las bibliotecas, creo que es un lugar óptimo para ligar, o al menos para recibir peticiones de auxilio que giran hacia todo lo que se mueve como luces de sirena de una patrulla policial o de un camión de bomberos. Vamos que en una biblioteca cualquiera que pasa parece desfilar como un modelo. Enseguida se levantan las cabezas menos concentradas, y probablemente menos espabiladas para escrutar cual será el próximo paso. Y es que las horas de enclaustramiento delante del libro son duras si no existe una fe que mueva montañas detrás. Y la vida se mueve tanto al otro lado, en las calles iluminadas que uno no puede abstraerse a la letra pequeña del libro, que habla de casi cualquier cosa que no sea vida. La vida está fuera, aunque pueda esperar.

Así que hoy saldré a este día gris, que llega tras dos días grises y lluviosos y buscaré una administración donde jugar, sin colas por favor.

A día de hoy no hay número malo.

Lastima* mañana.




(* del verbo lastimar)

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