Dónde pongo lo hallado.
Qué hago - Silvio Rodríguez
De la salud, mejor.
En este instante se me deben estar pasando los efectos mágicos del Neubofren 600 o lo que es lo mismo, vuelvo a sentirme sentado en lo alto de una estaca.
He acudido esta mañana a la farmacia en la que soy menos conocido, y he tenido la suerte de entrar cuando nada más estaban las dos farmacéuticas hablando entre si. Y no es poca casualidad, pues antes de entrar, yendo hacia otro recado pude darme cuenta de lo muy llenas que están las farmacias, tres que hay en este pueblo, y las tres hasta los topes, con gente haciendo una cola no muy ortodoxa, pero qué se le va a pedir a la gente que quiere remedios a algunos de sus males. Bastante hacen que no asaltan las estanterías para coger medicación, la que sea, o no se dejan caer repantigados entretanto les llega el turno. Colas buenas para los cines, que uno va por entretenimiento, a las farmacias se acude como a las manifestaciones, muy a lo ancho para que se vea quien llegó primero. Y desordenadamente como supervivientes de una guerra en desbandada precaria y moribunda.
Y digo que fue una casualidad muy deseable que cogí a las dos farmacéuticas hablando entre ellas y pude sacar a colación, como quien no quiere la cosa, el asunto de mis nalgas. Que fue seguido por una de ellas con especial interés mientras la otra hacía algo así como lavarse las manos, que en la práctica significa no decir esta boca es mía. Sospecho de hecho que tal vez no fuera farmacéutica y se hubiera puesto la bata blanca de médico nada más. Quizá por acompañar el rato de la otra. Se hizo a un lado y dejó que detallara mis molestias sin añadir nada. Me pareció incluso que cruzaba los brazos como si mi intervención la estuviera incomodando. Y no por supuesto porque yo hubiera dado detalles escabrosos, que me faltó decir que el asunto era cosa de un primo mío, muy tímido y reacio a entrar en sitios tan higienizados. Sino simplemente porque tal vez mi aparición hubiera enturbiado el relato de algún chisme que estuviera narrando la otra. Y tal vez presentía que ya nunca se iba a enterar exactamente de cómo fue o cómo pudo haber sido.
La otra si prestó atención detenida. Y yo casi hubiera preferido que no, porque me vi citándole este caso mío a una rubia que sin ser guapa podía tener un pase, o dos. Lo más curioso del caso es que yo llevaba en un post-it un par de recomendaciones que me había hecho una compañera de trabajo, y que venía a coincidir en síntesis con mi madre. Parece ser que las que han quedado embarazadas tienen cierta propensión a estos por menores, como si parir un hijo no fuera suficiente dolor. Y se lo fui leyendo mientras ella aprobaba buscándole la razón como si ninguno de nosotros pudiera equivocarse.
-Ah bueno, es un anti-inflamatorio, puede servir- las piezas comenzaban a encajarle.
Y yo pensaba que si no llevo la lista y se me ocurre pedirle mercromina o una aspirina las habría dado igualmente por buenas moviendo afirmativamente la cabeza. Menos mal que en el anuncio nos dicen lo de que consultemos al farmacéutico. Que sería de nosotros si no nos lo dieran todo por bueno. Yo creo que los farmacéuticos son como los médicos pero sin demasiada memoria. O quizá al contrario, son teóricos a lo Valdano, solo que tanta fórmula química los ha confundido. Y ya no saben si las pastillas están en la segunda estantería o en la tercera, y la verdad es que en el fondo da igual.
Así que compré el Neuboprofen que me había recomendado mi compañera y al tomar la primera pastilla descubro que este medicamento se sirve con receta médica. Digo yo si habrá creído que aquel post-it era una receta. O tal vez me vio pinta de médico, tras la vaga descripción del mal que me aflige.
O quizá simplemente ocurre que esta tampoco era farmacéutica. Que las auténticas están de huelga como los médicos, o como los guionistas de Hollywood.
Así que, en resumidas cuentas me volví con mis pastillas ilícitas y pude leer que tomarlas conlleva un número grande de riesgos inasumibles sin tener contratado un seguro de vida. De hecho intuyo que lo que realmente cura es leer al detalle la gran cantidad de enfermedades y complicaciones de la salud que puede llevar consigo tomar esas pastillas. Así uno termina pensando que lo que uno tiene apenas no es nada. Vamos que está en su mejor momento. Y que tomar esas pastillas es como suicidarse un poco, y nadie lo haría por que le duela un poco el trasero. Si es mejor así, te hace sentir vivo.
Cogí también una pomada que no lleva contraindicaciones ni nada. Vamos que no te puedes intoxicar ni echándola toda por el gaznate. Debe ser que apenas da resultados, o tal vez es que ya es bastante ignominioso tenerse que arrimar el tubito blanco al culete como para que encima te pongas en riesgo vital. Con esa indignidad de buscar la postura los farmacéuticos se contentaron y no añadieron ningún extra nocivo.
Pero lo mejor de todo, lo que me va a curar seguro es que he comprado y comido un bote de cristal de "Legumbrísimas" que he leído que tienen mucha fibra. Del Hostal que es una marca con mucha calidad, Alubias a la montañesa, nada menos. Y de segundo dos hamburguesas de atún de Isabel. La reina de los atunes.
Ay las alubias, me han salido riquísimas. Y no he tenido que añadir antioxidante.
Creo que eso ya lo lleva la pomada.
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