Con voz de rayo de luna llena.
Por el bulevar de los sueños rotos - Joaquín Sabina
Puede parecer, es razonable, que estoy muy ocupado en los últimos tiempos. ¿Qué es esto de no escribir desde el jueves? ¡Con lo que yo he sido! Que venía casi a diario tuviera cosas que contar o no las tuviera, que esto otro se dio también, lastimosamente, muy a menudo.
La clave era plantar mis reales ante la hoja en blanco para empezar a sumergirme en mis propias neuras, que ya son terreno conocido de quienes han repetido la visita más de dos veces. Pero no soy por ello extraordinario, no. Todas las personas viven asediadas más o menos por las mismas ideas, del mismo modo que se vive rodeado de las mismas personas, más o menos. Que incluso desde el pasado las personas conforman la vida, aunque sea como un minúsculo archivador de la biblioteca universal de nuestro cerebro. Con todos los datos entremezclados, con todos los recuerdos, de los vivos y de los muertos, un caos al fin, como cualquier juzgado que se precie de serlo, porque de repente nos asalta un recuerdo como la prueba inesperada que faltaba y resuelve, aunque en nuestro caso es algo que creíamos olvidado (esto es, inexistente) y pensamos en lo intrincado de nuestro cerebro, como un laberinto de pasillos y rincones, y nos nace la idea de cubrir este objeto tan valioso con un sombrero por ejemplo, no nos vaya a caer una maceta encima, o peor aún, no nos la vayan a tirar, aunque luego al mirarnos el careto en el espejo nos decimos que quizá ya no aparentamos ser un veinteañero, ni cubrir la testa hace justicia a nuestra apariencia.
Pero la verdad es que no estoy tan ocupado como pudiera parecer. Ocurre que mi desembarco en Liberty City, bastante anodino por otra parte, despreocupado tras el paso por caja para abonar el capricho, ha sido bastante poco entusiasta. Vamos, que saber de mi torpeza a los mandos de Niko Bellic ha maniatado mi iniciativa de buscar para él una vida mejor. ¡Cómo llevarlo por esos mundos de Dios, más complejos y difíciles incluso que los cotidianos sabiendo a ciencia cierta que mi impericia no lo salvará!
Sin embargo este fin de semana de lluvias en que no se me ocurre nada más que hacer, después de que Ken Follet me expulsara de los libros a la fuerza, con su novela del tercer gemelo, y en espera de tiempos mejores, me he aferrado a la historia como un naúfrago a un bote hinchable pinchado, que algo hará a favor nuestro mientras flote, aunque sea pan para hoy y hambre para mañana. ¿Quién sabe lo que ocurrirá siquiera la próxima media hora?
Quizá por esta razón hacer planes futuros sea algo inútil, pero los hacemos porque hemos de tener la mirada puesta hacia delante para ver llegar lo que llega. Es por eso que estamos pensando hacer un viaje aprovechando nuestras vacaciones mutuas no sé si a Turquía en pago a sus puntitos extra al Chiki Chiki o a Egipto que me consta que nos habrían votado tanto o más que Andorra si les hubiesen dejado participar en ese euro concurso de canciones. Y eso que para que Egipto nos votara habría tenido que traicionar a sus vecinos y sin embargo amigos, puesto que está visto que la gente vota incluso sin haber oído la tonada, más inclinada por favorecer a los vecinos fronterizos o enigmáticamente hermanados como guiados por esa simpatía natural que surge entre dos personas nada más verse, que se miran pensando "no te fallaré". Yo no.
Ambos destinos son estupendos. No vamos a negarlo. Estambul y la Capadocia son dignos de verse, por no hablar del crucero por el Nilo en un barco que es como un transatlántico pero menudo, y que anda por el río como con reuma, como cuesta arriba, para que no me maree. O las pirámides, o el desierto, o el amanecer en globo aerostático y la tarde tomando infusiones en el interior de una cueva.
Estamos deshojando la margarita, y anticipando el viaje ya, mes y medio antes de que ocurra. Que es una forma de vivirlo, llenando el depósito de la ilusión, que va más caro a veces que el carburante.
Si por mi fuera volvería a la peseta. ¡Cuando una rubia fue mala! Veremos la fuerza del euro en nuestros bolsillos. Me cuentan que por El Cairo te acompañan policías o pseudo policías, como los de Coslada supongo, metralleta en ristre.
Temen que alguien nos quiera atentar en medio de la compra de souvenirs aunque lo puedan hacer igual con toda esa gente armada hasta los dientes. Pero al menos las armas puede que quiten las ganas y ¡alrededor nuestro quedan tan bien!
A mí la verdad es que me da igual. Puede que corriendo no vaya a llegar muy lejos, enseguida me canso, pero me echo al mar y nadando cubro cualquier distancia en un visto y no visto. Y por Sestea no nos vamos a preocupar a estas alturas, siempre salió airosa de todas las vicisitudes de la vida, y lo hizo casi sola. Además es muy pequeña, sería imposible que alguien la acertara con sus balas, por no hablar de que la guardaría en el bolsillo justo antes de lanzarme al agua. Y en el agua siempre tuve la velocidad de un escualo.
Tiburón dentro, pingüino fuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario