Mentira no se olvida.
Mentira - Manu Chao
Se cumplen en estos días 20 años ¡veinte años ya! de la carrera de 100 metros de Seúl. En ella se midieron el galáctico Carl Lewis y el canadiense, más bien zoquete, Benjamin Johnson. Este último iba para arriba de forma imparable, ya le había mojado la oreja al americano en Sevilla donde le ganó por unas décimas, las que separaron su pecho de la cabeza lanzada hacia delante a la desesperada de Carl Lewis, pero sobre todo lo había derrotado en Roma, donde pulverizó el récord del mundo que luego volvería a rebajar en la célebre carrera de Seúl.
Cuentan que al acabar esa carrera Carl Lewis recuperaba el aliento desconcertado, mirando ese crono extraterrestre de 9,79 mientras Ben Johnson trotaba saludando al público extasiado con la marca. Dicen que Carl Lewis le lanzó la mano como un autómata para saludarlo, pero que en su rostro se leía el asombro ante el hecho de que él hubiera hecho una carrera perfecta, nunca antes había corrido tan rápido, y entonces no lo sabía, pero nunca correría más rápido que entonces, y sin embargo había corrido todo el tiempo 5 metros por detrás de Johnson. Cuentan que el canadiense ni siquiera lo miró, que pasó por su lado como si no estuviera.
Eran dos personalidades antagónicas. Dos personajes contrapuestos. Uno una estrella encantada de serlo, el otro un personaje huraño, hosco, tartamudo y poco dado a los focos y a las entrevistas. Dicen que Carl Lewis nunca había considerado el talento de Ben Johnson, aunque en las últimas carreras antes de los Juegos pareciera imposible pensar que pudiera ganarlo.
Por eso, al rebasar la meta Ben lanzó la mano hacia arriba señalando con el dedo índice el cielo. Se estaba reivindicando, y en aquel gesto había un punto de humillación para el resto, una humillación implícita especialmente para Carl Lewis que había corrido por detrás su particular carrera perfecta y que lo veía señalar el cielo delante, fijando una marca inaccesible.
En ese momento el tiempo se detuvo. Había nacido un nuevo héroe. El hombre más rápido del planeta se había mejorado aún más.
Si el tiempo se hubiera parado en ese instante tal como en la foto que le tomaron rebasando la meta veríamos en ese rostro la felicidad suprema de saberse el mejor y de haberlo demostrado. Sin embargo después de aquel día llegó el siguiente, y con él el bombazo que supuso saber que aquel héroe tenía los pies de barro. Había arrojado resultado positivo en la prueba antidoping, había tomado anabolizantes para ayudarse a conseguir las marcas.
Y entonces se dio la particular venganza de Carl Lewis, que heredó el oro por la descalificación de Johnson. Fue suspendido y prácticamente se acabó el deportista. Volvió no obstante unos años después, pero no logró bajar de 10,31, una marca demasiado pobre para el que fuera el más rápido de todos. Y un par de años más tarde, cuando más en forma parecía estar volvió a dar positivo y la sanción esta vez no entendió de plazos ni de reinserciones, Ben Johnson fue suspendido de por vida.
Y se acabó el mito.
Sin embargo yo tengo algunas apreciaciones al respecto. Una, Carl Lewis nunca corrió tan rápido como Johnson, nunca en su vida consiguió ser tan rápido. Algunos, los más ingenuos dirán que evidentemente esto fue porque el uno abusaba de productos prohibidos mientras que el hijo del viento se manejó siempre con zumos y vitaminas. Pero yo no lo creo así, creo que este otro, con los laboratorios Balco de por medio, o mediante otros, también era de los que abusaba de ayudas más o menos indetectables. Exactamente igual que mi queridísima Marion Jones.
Un día leí que los atletas que abusaban de productos dopantes veían reducirse sus pelotas, con perdón, y yo no sé si es cierto ni si le ocurriría a Carl Lewis, pero también decían que estos atletas sufrían un desarrollo extraordinario de la mandíbula, y salta a la vista que Carl Lewis tiene una boca más propia de un equino que de un humano. Sin embargo la historia lo dejó en el pedestal de los ganadores eternos, el mismo lugar de Florence Griffith aunque ella muriera sospechosamente en la cuarentena. Son personas sin tacha. Como un monumento de bronce a la intemperie.
Pero ¿qué pasó con los perdedores? ¿dónde quedaron?
Como yo me siento un poco perdedor. Aunque no más que cualquiera que se haya preguntado por el sentido de la vida y se haya esforzado alguna respuesta. Me siento mucho más cercano ese puñado de los que quedaron en el camino. Y no estoy dando coartada para las trampas, francamente no las tolero, pero en mi fuero interno creo que todos ellos las hicieron antes o después. Y mi recuerdo es para a los que se despeñaron persiguiendo la perfección, rebasar los límites sin más objetivo que volverlos a rebasar.
Y eso que yo estoy entre esa mayoría que no tuvo el coraje o la convicción de llegar al límite en nada. Somos legión.
Ben Johnson es un perdedor máximo. Paradigma del desprestigio, un hombre sin historia que escribió la historia más triste, pero que puede tener el orgullo de la sinceridad, aunque fuera a posteriori. Tras la carrera de Seúl reconoció haber estado dopado también en la carrera que lo hizo plusmarquista en los mundiales de Roma. Ello conllevó que perdiera aquel récord también y la medalla de oro.
Fue un apestado y para muchos aún lo es. Sin embargo su sinceridad logró lo que Tim Robbins describió en su película "Cadena perpetua", arrastrarse por la mierda para aparecer limpio al otro lado.
Desapareció absorbido por el tiempo.
Dicen los americanos que la verdad os hará libres.
No sé. Os hará sinceros.
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