Que la libertad se quede sin alas.
Llegaremos a tiempo - Rosana
Lo último es que los pilotos de un avión se quedaron dormidos y en ese estado no supieron aterrizar el avión en el aeropuerto cuando tocaba. Mira que les hablaban desde la torre cuando sobrevolaban el aeropuerto en cuestión, que les dirían de todo, pero ellos erre que erre, con la inconsciencia del sueño. Menuda somnolencia, atender todos esos pilotitos parpadeantes, aunque al decir de un amigo piloto no es para tanto, y de todos solamente se usan unos cuantos. Que la mayoría me supongo yo que es para caso de catástrofe, el famoso botón de pánico que no se pulsa hasta que el pánico es dueño y señor en la cabina.
Pues aún tienen que añadir algunos botones más, me temo. Uno que sirva para desactivar el despertador digital, con números gordos y verdes que mantendrán los pilotos delante de los ojos mientras los mantengan abiertos. O que les pongan un despertador de esos en que los minuteros son unas manecillas, y que llegada la hora estimada de aterrizaje, o unos minutos antes para desperezarse a gusto, suene con un chillido agudo. Fuerte, que despierte también a los viajeros que dormitan a gusto esperando llegar a casa. Que suene como la campana que despertaba a los niños de un orfanato para empezar un nuevo día.
Obviamente a los pilotos les ha dado apuro decir que se quedaron dormidos, ambos, al unísono. Que estas cosas no las hacen ni los militares en las garitas en donde nunca pasa nada, que son más de dormir por disciplinados turnos. Con la fraternidad de dos buenos compañeros así sea cada uno de su madre y de su padre, todo por la patria aunque nacidos en países de lo más dispar.
Pero nuestros pilotos, que son de vigilar el sueño del otro desde el propio sueño, han aclarado otra explicación efectivamente plausible entre gentes con el don de la palabra. Y que en medio del gran alborozo de haberse encontrado, como se diera la feliz coincidencia en que cayeron juntos en el mismo turno, y siendo como eran grandes conversadores, pues se vieron sin comerlo ni beberlo, casi sin quererlo en medio de una discusión filosófica acerca de las carencias y faltas de su propia empresa, como probablemente también, que la discusión dio para largo, acerca de las posibles soluciones (de haberlas).
Y es que ya se sabe que los hombres somos muy dados a la crítica y al chismorreo. Yo el primero. Por lo que no hay que descartar que enredados como estaban en destripar a los jefes se les pasara descender el aparato y todos esos detalles que se esperan para tarde o temprano cuando alguien coge un avión.
Total, solamente pasaron 240 kilómetros más allá del aeropuerto. Una visita turística por los alrededores si esos ventanucos tan feos dieran para ver algo. Es cuestión de cada uno intentar mirar. Habría que estarles agradecidos incluso, por lo mullido del sillón, la tranquilidad de sobrevolar a 10.000 metros más o menos alejados de las turbulencias. Cuando además se lleva pilotos de lo más precavidos que ponen carburante de más por si la conversación se pone intensa o el sueño los vence.
¡Porque vaya faena si el aparato se queda seco en el aire!
Además 240 kilómetros es casi no pasarse si comparamos la distancia a la que recorren tan tontamente los cohetes tripulados que enviamos a hacer fotos por el sistema solar. Y si estuvieron más de una hora sin responder a la torre de control no es porque en el séptimo sueño no lleguen las ondas por radar, sino porque determinadas conversaciones son absorbentes e impiden concentrarte en nada más que en ellas (y no en volar). Además los de la torre de control sabrán mucho de mirar puntitos y círculos concéntricos, pero de sostener y enmendar en el aire nada de nada.
Lo malo es que ocurrió en Estados Unidos, que es país con un dedo sobre el botón de amenaza global. Y dieron instrucciones para que salieran unos cuantos cazas por si había que derribar a esos puñeteros terroristas que con toda seguridad tenían a esas horas secuestrado a todo el pasaje y quizá habían puesto fuera de juego a los expertos pilotos de un golpe con el codo, o arrojándoles un juego de zapatos.
Y es que es de mala educación que te hablen sin contestar, se mire como se mire. Aunque la cosa no pasó a mayores. No hubo alarmas antiaéreas ni explosiones de gasoil. Los tripulantes a bordo que son camareros y camareras con don de lenguas, observaron bastante extraño todo ese rato de más que tardaban en llegar. Y habrían jurado que esperaban oír antes lo de prevenidos que tomamos tierra o algo similar. Así que debieron golpear la puerta o pulsar los interfonos, o desenchufar determinados fusibles para sacar al capitán y al segundo de su discusión acalorada.
Cosa que lograron para que pudiera dar la vuelta. Así que la cosa no pasó a mayores y los 144 pasajeros pudieron volver a pisar tierra firme.
Lo curioso es que yo viajo en avión la semana que viene rumbo a Madrid y tengo un gran temor a que mis pilotos automáticos se queden dormidos. Porque yo de pilotar cero patatero.
Aunque eso va a ser mejor que suba un pirado de esos que se introducen por el recto supositorios de dinamita. Los radicales de los extremos tienen departamentos de I+D de lo más terroríficos.
Antes que uno de esos prefiero un millón de pilotos somnolientos.
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