martes, 9 de marzo de 2021

Mi modestia me ha impedido hablar sobre ello antes. Pero supongo que hacer el bien tendría que ser contado a los cuatro vientos. Para contrarrestar a tantos que hacen tanto mal.

El sábado salvé una vida. Alguien dirá que eso no es nada, que esas ocurren sin que los que lo hacen les den bombo y platillo. Que son cosas de manejar discretamente, como las donaciones de Amancio Ortega. Pero a mí, que hago unos días muchas cosas, otros apenas nada, no me suele pasar. No he salvado muchas vidas hasta hoy, al menos conscientemente, aunque el sábado sí. Una que seguirá viviendo gracias a mí.

Qué cómo se que mi intervención salvó esa vida? Precisamente porque sin ella se habría perdido irremediablemente. 

Deja que lo cuente. El sábado estábamos desayunando en el apartamento, el mismo que nos tiene enfrentados con encono contra el Banco Sabadell (#pagatusfacturas) y al asomarnos a la estupenda terraza, razón fundamental de la compra, vimos a un pajarito, un gorrión por más señas, con los que he simpatizado por su menudez desde siempre, haciendo unos movimientos que no le eran los naturales. Tanto que en vez de alzar el vuelo pareció despeñarse de la rama de el arbolito, encontrado allí mismo al hacer la compra, y caer a las ramas inferiores. Aleteaba sin despegarse más allá y pico abajo.

Era evidente que algo lo sujetaba. Así que me acerqué, reconozco que con cierto reparo pues si bien mi simpatía por ellos es genuina, también es verdad que me cuido siempre de tocarlos por su aleteo histérico y su frágil estructura torácica. Pero este sábado no había otra opción. Nadie lo haría en mi lugar. A Sestea le picó el trasero un pollo de pequeña y ahora le dan más respeto de lo que le gusta reconocer. Pablo no tiene habilidades más allá de para romper cosas todavía, y de Ona no podría esperarse nada más allá de un olisqueo por curiosidad.

Así que, sin nadie más a quien recurrir me dispuse a la ayuda, como le gusta decir a Pablo.

Aleteó según me acercaba, como yo había esperado, aunque luego de quedó quieto, allí caído, no sé si haciéndose el muerto para pasar desapercibido o por evitar posibles daños al tomarlo yo en mis manos. Lo inspeccioné con detenimiento y me pareció que tenía la uña enganchada a la rama de una forma que yo no podía entender. Alguien sabe lo pequeña que es la patita de un gorrión? Lo pequeña que es su larga uña? Yo lo moví un poco, por intentar liberarlo, pero con gran temor de que pudiera desprender la falange o romperle la pata, y sólo fue al fijarme más que descubrí que lo que lo retenia era un hilo gris que no sé si trajo él o se lo encontró en el arbolito. Lo que me pareció claro es que el desventurado animal no tenía modo alguno de librarse. Entonces le pedí a Sestea unas tijeras que trajo solícitamente al segundo siguiente.

La operación con la herramienta fue sencilla aunque puse el mayor cuidado. La tijera de cocina era grande y él pajarillo bien pequeño.

Cortado el hilo todavía lo retuve unos segundos en mi mano hasta que la abrí y salió volando, con un corto hilo enganchado aún. Pero ya tan corto que no creo que le vaya a suponer un problema en el futuro. Será más bien como una de esos anillos que les ponen en las reservas naturales y que sirven para reconocerlos.

Todavía dio una pasada por encima del edificio de enfrente, a nuestra altura, como dándonos las gracias, como si lo hiciera para despedirse.

Este fin de semana estuvimos en el apartamento. Se juntaron los astros para salvar una vida. Si este episodio se hubiera dado entre semana, cualquier otro día, habríamos encontrado un cadáver colgando del árbol. Nuestra presencia lo impidió. Él y nosotros continuamos con nuestras vidas.

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