lunes, 22 de marzo de 2021

Yo tengo un reloj de esos, de los que te cuentan los pasos, de los que te sacan el confeti cuando llegas a 10.000 como la chica de las loterías.

Ocurre sin embargo que es un reloj muy vago, la mayor parte de las veces deja que cuente los pasos la aplicación del móvil y él se queda parado en una cifra minúscula, simbólica, como para decirme: mira que algo he contado. Pero me hace parecer tan vago como él, y al final del día, si alguien me pregunta la hora tengo que dársela como de tapadillo, de contrabando por la frontera, sin que me la vea, avergonzado de un número tan bajo y que no es real. Me hace parecer un trozo de carne de sofá y mando a distancia, que es más o menos en lo que me ha convertido la pandemia, con lo que yo he sido, aunque su conteo es de falseo, y siempre para poner de menos, para escatimar metros, para que el otro haga el trabajo de las dichosas matemáticas, pero si se hacen trampas al menos que sea hacia arriba, en plan impresionar al personal, que vean mis piernitas escuchimizadas pero un millón de pasos de molinillo en el reloj, como de un Armstrong dopado en el Tour de Francia.

A mi esa actitud, esa Insidia me pone malo. Si no quisiera que fuera el reloj quien me contara los pasos no me lo habría comprado. Me hubiera bastado con descargar la aplicación, que es gratis.

Está ha sido otra jugada de los chinos, como lo del coronavirus, están resueltos con sus inventos a hacerme la vida imposible.

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