Si yo fuera un escritor mejor de lo que soy, que aunque con toda la humildad del mundo mi condición de escritor se hace patente desde estas mismas letras, sencillamente porque escribo, si a alguien le parece que ese calificativo me viene grande, lo que es seguro, partamos con la concesión menor de escribiente. Pero no al dictado de alguien, sino de lo que discurro en este instante, en este vivo y digo, aquí y ahora.
Si yo que soy escribiente fuera escritor no aspiraría en verdad al Planeta. No digo que no me seduzca el prestigio, la fama intelectual en este país donde se regala fama casi por cualquier cosa, se admira hasta al asesino y algunos lo emulan con nuevos crímenes por dar igual en el telediario. Claro que quisiera que me hicieran entrevistas, ir a la librería de mi calle a ver como se acumulan en la estantería ejemplares de mi primera novela. De mi primer Planeta (a posteriori el último, que si no funcionan las ventas...).
Mirar al curioso que la coge de la estantería y al mirar el reverso descubre mi rostro en pose seductora, y luego al mirar al frente mi rostro de nuevo sonriente y orgulloso. Su dedo se levantaría hacia mí, señalando la ruta invisible desde la foto hasta mi cara, su boca se abriría como para decir algo, ... pero no diría nada. Cerraría el libro, lo devolvería a la estantería y saldría sonriendo para contar a algún amigo lo ocurrido, tomando un café con novedades que confirman lo pequeño que es el mundo.
Pero yo entre todo eso, esos 300.000 euros que son exceso para el que no le falta para comer, y la posibilidad de gustar a Juan Marsé me quedaría con lo segundo. Prefiero renunciar al dichoso premio si no logro unanimidad en el jurado, sino están todos ellos dispuestos a jurar sobre mi novela que su lectura fue lo mejor que leyeron en el último año (desde la anterior concesión del Planeta).
Que bueno sería tener la agenda tan libre de compromisos como está hoy, sin ocupar las portadas de las revistas del corazón que son capaces de encontrar carnaza hasta en lo que les es tan radicalmente opuesto, los autores intelectuales y novelistas primerizos. Tener la conciencia tranquila y a la vez poder pensar que tu novela entusiasmó a Juan Marsé y al resto de los miembros del jurado. Para ello renunciar al montante en efectivo sería poca cosa, yo lo haría de buen grado. Lástima que gustar a todo el mundo sea tarea imposible. Me tendré que contentar con ese 90% que nadie creerá...
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