Escuché ayer en el telediario que Lluis Llach se retira y se me hizo un nudo en la garganta. Nada más le quedan 11 conciertos. Venía la noticia acompañada de la interpretación de "Un núvol blanc", una de las canciones más hermosas. En el escenario Lluis al piano como siempre, y detrás unos violines que sonaban tristes por su propia naturaleza y por la ocasión amarga que es siempre una despedida.
Que tiene este tiempo del fin de semana que llama a la nostalgia, que viene, que se amaga tras las puertas de mi casa, y me zarandea como a un muñeco de trapo cuando paso. Me afectan algunas despedidas como un terremoto. Las siento dentro y quedo descompuesto, apenas sujeto a un hilo pero vacío, sin peso. Lluis Llach lo deja y yo quisiera que siguiera muchos años. Que se hiciera eterno. Que perdurara donde quiera que esté, imaginando o componiendo una nueva canción. Porque sin estar presente estaba. He estado en dos de sus conciertos, y su música me ha ayudado a descubrir que en verdad soy un ser excepcional. Siento a veces una ternura infinita...
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