Puede que haciendo zapping hoy o en el intermedio del documental de grandes felinos, 8 años siguiendo sus pasos por el Masai Mara, encontré a Inés Sastre en uno de esos anuncios de Trêson de Lancomê; dichoso acento raro, circunflejo que no sé bien si va delante, atrás o al centro y dentro. Son unos anuncios de una extraordinaria sencillez. Una cámara enfocando a Inés Sastre en primer plano, mientras por detrás transcurre no sé qué, un fondo plano, de nubes, un edificio en llamas, ... el fin del mundo, ¿a quién le importa? ¿Quién mira allí?
Lo malo es que el anuncio lo cogí a medias y apenas pude mirar su sonrisa, enseguida desapareció como una visión ¿de futuro? ¿de pasado? Una ilusión que se esfuma. Demasiada Coca-Cola para vivir muchos años.
Inés Sastre me emociona, en uno de aquellos anuncios, de este quizá haga un tiempo, se la ve precipitando un sentimiento, en el proceso de llorar felizmente, como en el caso de un encuentro, de un casamiento, de una supervivencia. Ese anuncio me conmueve porque me contagio, quizá porque me imagino efectivamente ante ella y que soy yo el que le provoca aquel estado. Lástima que el anuncio acabe tan pronto, antes incluso de que su felicidad nos funda en un abrazo.
Inés era entonces irresistible. Alcanzó la combinación perfecta de la que hablábamos hace años, astros conjurados para un único destino ¿verdad Marcos? Lo tiene todo a favor pero mi debilidad es Elena Anaya.
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