"Toda persona es dos personas: una está despierta en la oscuridad y la otra está dormida en la luz".
Khail Gibrán
Por Sestea, para que lo lea.
Existió, puedo jurarlo, a caballo entre el siglo XX y el XXI una personita de apenas metro y medio que fue, es y será todo corazón.
Yo soy de aquellos que tienen una fe inmensa en las personas. De esos que piensan que todo el mundo es bueno. Que todos tenemos habilidades especiales, a veces recónditas, a algunos les lleva toda la vida descubrirlas. La mayoría de las veces son los otros quienes las descubren. Se hacen ostensibles para ellos, para quienes nos aprecian. Yo me pregunté muchas veces el porqué del amor, quizá misterio irresoluble, y no hallé respuesta. ¿Por qué le parecí tan bueno siendo tan mediocre? ¿Cómo mira el corazón que no atiende al hecho objetivo? ¿Cuál realidad es la auténtica, la que percibe uno mismo o la de la persona que te amó? ¿Por qué yo entre todos? ¿Por qué tú?
Sestea existió, existe como demostración palpable de que entre tanto, hay mucho bueno. Pero no quisiera dar la impresión de que esto tiene algo de ordinario. Y es por ello que reconozco que es una injusticia que pase inadvertida para tantos que no podrían, aunque quisieran, conocerla.
Al principio la llamé Rafiki, luego fue Sestea y probablemente para el futuro será Maya. Le compré estas Fallas, en un puestecillo una muñeca de peluche de la abeja rayada en amarillo y negro; con sus alitas transparentes y todo. Un muñeco muy gracioso, como ella. Pasó toda la tarde que dedicamos a ver fallas con el peluche de la mano, en todas las calles, paso a paso las dos muñecas.
Yo la traté desde los tiempos en que era otro. Aquel que me llevó a ser quién soy ahora, que no es el mismo de entonces. Vamos cubriendo año a año estaciones transitorias de un largo viaje. Como un tren que se detuviera cada poco sin dejar viajeros. Y que sea así por muchos años, pues pisar el andén es quedar en el camino, como quedaremos tarde o temprano todos. Convertirse en un recuerdo también pasajero, condenado a no durar.
Pero estas letras no son la invención que se vuelve caprichosa para decidir la suerte de unos personajes que no tienen de verdad más que un retazo, son las letras de mi vida. De lo que he vivido, de lo que he sido todos los días.
Yo siempre bromee con la idea de que me perseguía pues siempre estuvo al otro lado de la mesa. Asida a mi mano, en el asiento contiguo en cada viaje. Donde quiera que fuera allí estaba, con sus enormes ojos aceituna, de dibujo animado. Y siempre demostró una paciencia infinita conmigo, no podía ser de otro modo, sobretodo en los últimos tiempos. Porque siempre ha estado. Siempre a mi lado sin que importara la distancia espacial que nos separa. Sin que importara siquiera las circunstancias cambiantes de nuestras vidas, en la que nada permanece constante.
Yo tuve siempre una certeza que me ponía a salvo de todo. Que era mi única verdad fiable, el único amparo contra el destino incierto. Ella con todo lo que significa, con todo lo que era capaz de dar que siempre ha sido todo lo que es, entregada sin reserva a una convicción que es hermosa, una verdad que para el que lo cree es incontestable, el amor lo puede todo.
Y día a día me asombro de su fuerza, tan capaz de mover montañas, de revertir lo adverso, de conseguirlo todo. Se halla inmersa en una eternidad de estudio. Los tonos de mi llamada la sorprenden ante sus libros para hacer valer los años de derecho, cuando me conoció, está en una lucha constante como una traberita (que es un animalito que cabe en la palma de la mano) contra Goliath. Puede que le lleve aún un par de meses, puede que un poco más.
Desde hace algún tiempo mantengo un principio que es mi propio salvavidas, ante cualquier calamidad que pueda ocurrir, ante lo malo que nos reserva la vida, ante el fracaso, ante las ausencias, ante la muerte:
Casi todo es casi nada.
Aprendí amparado en ese pensamiento a relativizarlo todo. Intentando lograr sin conseguirlo que nada afecte como un terremoto. Procurar estar por encima de la coyuntura.
Me así a ese principio como un naúfrago para darme cuenta que es cierto, pero que esos casi contienen en si mismo excepciones que lejos de ser nada pueden suponerlo todo.
Cuando vienen buenas a Sestea se le pone una sonrisa que llega. Tanto, tanto que todo gira en torno a ella. Su sonrisa es la alegría misma, se transmite por la vista. Consigue que la alegría se propague a su alrededor. Por eso la gente la quiere tanto. Son fogonazos, no ocurren todos los días. No todas sus sonrisas tienen esta cualidad. A veces sonríe tristemente y la tristeza se asoma a sus ojos como una sombra de paso.
Pero esas otras veces en que ella destaca fluorescente sobre gris, en que como siempre nada es perfecto, con el destino y el mundo dándose reveses, de repente ocurre, ella ignora la razón simplemente sonríe. Y su sonrisa es un fenómeno, un milagro, porque lo cambia todo. Todo parece mejor. Su alegría nos mejora. La vuelve refulgente, como si la luz se abriera paso entre nubes negras desde ella.
Esos momentos, puntuales y únicos son la excepción al casi. Y es que a veces la bondad es un torrente que nace en la sonrisa de Sestea.
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