domingo, 17 de febrero de 2008

7 minutos

Y las horas matan.

Juicio final - Chayanne



Contaba ayer que Zapatero es un hombre sabio. Aunque no recuerdo si di razones para afirmar tal cosa. Alguno pensaría que le doy jabón por ser el presidente actual, para no tener grandes problemas con él, otros dirían que porque es la alegría despreocupada, pero por eso mismo tiene esa pinta imprudente, como el crío que van en moto sin casco y no se le ocurre más que reír tontamente cuando le da el alto la autoridad.

En realidad es sabio, o está bien asesorado porque sabe que lo principal es dramatizar. Nada es tan esencial en la vida, que es llevar las cosas al extremo, sacarlas de quicio, llorarlas un tiempo, lo justo para que el foco que alumbra nuestro entorno se fije sobre nosotros.

Porque si lo que nos ocurre le ocurre a todo el mundo y dramatizamos, entonces resaltamos sobre el común de las personas. Somos nosotros con el problema de tantos. Pero nosotros al fin. Nuestro YO en crisis frente a los otros. Supongo que es una forma de darse importancia.

Y si lo que ocurre es verdaderamente una mala suerte. Si nos sentimos marcados por el estigma de la desgracia, entonces convendrá correr la calle entera entre sollozos para que la gente comience con su trato amabilísimo a curar nuestra desgracia.

Hay un dicho popular que dice textualmente: "Quien no llora no mama". Es decir hay un camino de progreso en la queja y la protesta constante. Hay quien lo usa y no obtiene más que ventajas.

Es por eso que Zapatero parece sabio. Porque sabe en su fuero interno que hay que dramatizar la situación, ponerle un poco de teatro para que la gente se movilice. No se trata de hacer más aspavientos de los acostumbrados, se trata de propagar el temor a que vuelva la derecha, que está cada vez más cerca si tú nos das la espalda.

Lo malo de Zapatero, es que no sabe cuando callar y cuando no. Es como un niño de 10 años contándole al colega que los sondeos bien, pero ahora conviene dramatizar. Le ocurre igual que a Juan Carlos I, que lo pierden las ganas de hablar. Que cree que una asamblea de dirigentes mundiales es una cantina donde podamos empezar por mandar callar al prójimo y terminar rompiendo una botella en la cabeza del que tengamos más cerca.

Es curioso sin embargo observar que respaldo tuvo tal acto por la mayoría de los partidos políticos. Nadie se levantó para decir que si tal persona no sabe comportarse va a ser mejor que no acuda más. Puesto que si uno no puede hablar en su turno de palabra porque se lo impiden deberá esperar la actuación de la presidenta de la cámara, aunque sea para defender un discurso tan insustancial. Que ir de rey del mundo a estas alturas nos dirán que es intolerable. Sobre todo porque todos nos hacemos a la idea de que sabía a quién mandaba callar, aunque no habría estado tan desatado para intervenir en el discurso, igualmente insustancial, de George Bush.

Bush es lo que podríamos llamar un tonto del culo. Pero tiene el atractivo de los cow-boys que derribaban vacas a lazo desde los caballos. Y probablemente tal cosa se le de bien, así como seducir con ordinarieces o simplezas a cualquiera seducible fácilmente. Al pueblo americano por ejemplo, o al menos a su a mayoría. Es obvio que en Estados Unidos hay muchas cosas que no funcionan. Pero como mínimo debiéramos encontrar un presidente que supiera atarse los cordones de los zapatos.

Porque George W. Bush, ni siquiera supo dramatizar. Le dijeron que un segundo avión se había estrellado contra la otra torre y se quedó 7 largos minutos sin saber qué hacer, mirando a los niños de párvulos quizá esperando que alguno le soplara la respuesta. Se quedó mirando el tebeo de primaria esperando que el cuento del conejo o la tortuga le inspiraran qué hacer en ese momento.

Ayer estuve viendo un par de documentales sobre el 11S y además de entenderse que las torres fueron derribadas con explosivos desde dentro, tras el impacto de los aviones, también se entiende que el servicio de inteligencia de Estados Unidos funcionaba acompasado a los latidos cerebrales de su presidente Bush.

¿Qué importaba que los servicios de inteligencia de otros países te hubieran advertido de que se pretendía atacar Estados Unidos con aviones comerciales? ¿Qué importaba que te dijeran que el Pentágono o el WTC estuvieran entre sus objetivos?

Entonces los servicios de inteligencia, el FBI o la CIA estaban viviendo esos 7 minutos cuando cada minuto es una semana o un mes, en que uno no sabe qué hacer.

Porque si a uno le cuentan que dos aviones cargados de pasajeros chocan contra los dos edificios más altos del país debe levantarse de inmediato para ponerse en acción. Y cuando todo pase buscar las cabezas pensantes que lo tenían que haber prevenido para hacerlas rodar, y esto no es freírlos en la silla eléctrica, sino dedicarlas a otra cosa de la que no dependa la seguridad nacional.

Por supuesto esta acción debía haber provocado la dimisión casi inmediata de Bush. Y sino la acción en si misma, una masacre de miles de personas, que se hubiera dado, sí al menos los 7 minutos de desconcierto por no asustar a los niños. Esos 7 minutos por si solos le tenían que haber costado el puesto.

¿O nos tendremos que conformar con esa forma de ser y de actuar?



Si ninguno es bueno ¿qué esperanza nos queda?

Nombremos presidente a alguien que sea admirable por algo. Por pintar bien, por cantar bien, por ser el mejor al ajedrez, o por escribir como Vargas Llosa.

Podrá ser una calamidad, como los otros, pero nos quedará el consuelo de su obra o arte. Olvidaremos sus meteduras de pata escuchando su música, mirando sus trazos o leyendo sus libros.

Y que no lo acompañe nadie, que sea un hombre honesto y solo. Su tarea de contentarnos a todos es imposible. Pero todos y cada uno podremos reparar en su talento cuando todo se derrumbe.

La belleza de su obra no salvará pero entretendrá la caída.

No hay comentarios: