Si me giro y no te veo.
Un completo incompleto - Jarabe de Palo
Han sido unos días extraños, estos últimos. No cuento nada acerca de donde trabajo porque no es información relevante para este blog y francamente no le importa a nadie. Sin embargo si diré que mi trabajo me tiene en contacto con la gente, es de cara al público.
Lo menciono ahora porque en la última semana han fallecido dos personas conocidas, no amigos, aunque con ellos la relación fuera cordial. De uno hablé en el pasado en este mismo blog, solamente para contar como dejaba por ponerse el cinturón de seguridad aún a sabiendas de que debía hacerlo y de que podrían multarlo si lo cogían sin él. Claro que el reía diciendo que conocía a todos los policías de este pueblo, que es un pueblo pequeño en el que nos conocemos más o menos, todos. Claro que no contaba con la Guardia Civil, que es más de tránsitos desiertos, que lo pescó sin cinturón y con cara de "voy simplemente un kilómetro más allá". Pero hasta de aquella multa terminó librando, porque apareció desde lejos uno de los guardias, el capitán y decidió perdonársela, porque conocía a Pepe de algo, que se lo quedó mirando con un "gracias que apareciste". Y con las mismas se empezaba a alejar dejando a los guardias atrás con el cinturón puesto como si hubiera aprendido la lección, que ya se lo estaba quitando otra vez.
Enfermó Pepe de cáncer y le dieron dos meses de vida. Sobrevivió dos años.
Después de haber estado tan delicado, tras aquella primera vez, volvió a aparecer, con unas gafas de sol enormes que le tapaban toda la cara, algo exagerado. Tenía buen color y hasta ganó unos kilos con el tiempo. Parecía regresado de la muerte. Y hasta en su discurso había una enseñanza nueva, de dar importancia solamente a aquello de veras importante. Como si hubiera salvado su cabellera tras recorrer entero el lejano oeste. Su batalla llegó a aparentar ganada, era un hombre nuevo, pero rara vez ocurre. No hubo dos resurrecciones para Pepe.
Antonio era lo que cualquiera podría confundir con un indigente. Alguien sin techo, aunque lo tuviera en Cue, bien cerca. Pero no se lavaba y aunque cambiara las ropas estaban tan sucias como él. De manera que se pasaba la mayor parte del tiempo solo, y con razón, porque apestaba y nadie se le arrimaba por más de tres minutos. Yo solamente lo recuerdo limpio aquel día en que le pagaron los atrasos de la pensión de parte del Principado. Ambos armamos una especie de teatrillo a partir de entonces y durante un tiempo, aunque nunca lo admitiéramos, yo porque me reía de aquella pantomima de dos, que era como la repetición del día de la marmota,
El decía:
- Dos meses sin cobrar. Me cagoen la puta. No tienen control.
Yo:
- Es que eso no puede ser. No pueden tener a alguien esperando dos meses.
Él:
- No tienen control. Dos meses esperando, hasta que hablé con Trevín. Tuve que hablar con Trevín.
- No puede ser que a alguien lo hagan esperar ese tiempo. ¿Y mientras tanto qué?
Y así estábamos cada día. Él contándome lo muy poco puntuales que eran para el pago y yo dándole la razón, porque creía de verdad que la tenía, y también porque sabía que él me lo contaba esperando que yo se la diera. Yo hablaba confiado a aquella especie de comedia en que ambos cumplíamos con nuestra parte de diálogo, aunque nunca supe si para él cada nueva intervención era algo realmente nuevo, simplemente porque conmigo cruzaba las palabras que no cruzaba con nadie más. Y así aguantamos algunas semanas, hasta que la novedad del cobro se perdió entre otros pagos más o menos puntuales. Aunque alguna vez aún sacaba el tema, reverdeciendo conversaciones, porque lo tuvieron mucho esperando.
Para él no había colas, él llegaba y como quiera que se venía anunciando se abrían las aguas. Y se ponía detrás de quien estuviera en primera posición entonces, como si lo que tratáramos le incumbiera, y yo cuando por fin lo tenía delante le regañaba diciéndole que se pusiera más atrás, que podía incomodar a la gente que él se asomara casi encima.
Y no digo que Antonio fuera un gran hombre, que no lo fue. Cualquiera de los que lo conoció lo sabe, y yo he tenido que oír barbaridades como que aquella vida no merecía la pena ser vivida. Y que eso no era vivir, o que para eso casi mejor muerto.
Miden con sus baremos, cada uno tiene uno distinto.
A mí me da pena no volverlo a ver. Siempre me pareció más joven de lo que era, y he querido saber qué ocurrió para morir de noche, durmiendo.
Se terminó la obrilla de teatro entre nosotros. Y no sé si estaba muy loco o muy cuerdo, pero recuerdo que en una ocasión me vio con Sestea y me preguntó después. O si yo le decía que me iba a ir a verla me decía que para qué. Para verla, respondía yo. Y si ella venía él decía que qué más daba. Que él también había tenido una novia, pero que se había hartado de ella.
Que estaba mejor así, sólo.
Vivir solo para morir solo.
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